Nueva Zelanda
Hombres de negro en Chapina
El jurado de los Premios Princesa de Asturias ha ponderado, con todo acierto, los valores extradeportivos de los All Blacks de Nueva Zelanda, galardonados este año. En efecto, buena educación, en el sentido amplio del término, e integración son conceptos indisolubles de la legendaria selección de rugby, tanto como su celebérrima haka, la danza ritual que ejecutan antes de los partidos. Va para treinta años de una tarde de otoño de 1988, con bochorno y llovizna, en el extinto estadio de Chapina, sanctasanctórum del deporte sevillano de antes de la Expo. Ha sido la única vez en la historia en la que España se ha medido a un combinado kiwi, el Maorí XV, que integra a jugadores de la etnia aborigen de Aotearoa, el país de la gran nube blanca. Los locos del oval que peinen algunas canas no habrán olvidado nombres como Eric Rush, los hermanos Brooke, Zinzan y Robin, Bruce Henara, Frano Botica o Wayne Shelford, imponente tercera línea y capitán aquel día, quien abroncó a sus compañeros en el descanso con gruesas palabras debido a las imprecisiones de su juego, seguramente provocadas por la fiereza de los placajes españoles. Un puñado de valientes (nuestro Bosco Abascal, mito del Ciencias, pero también Alberto Malo, Paco Méndez, Javichín Díaz, Pirulo Álvarez, Jon Azkargorta, Chupao Gutiérrez...) plantaba cara a los monumentales hombres de negro y cosechaba una ajustada derrota, 22-12 con tres ensayos por bando, el resultado más meritorio de la historia del rugby nacional. Para un crío de catorce años, presenciar aquello desde la privilegiada posición del recogepelotas, con su impoluta camiseta blanquiazul lavada para la ocasión, fue como almorzar sentado a la mesa de los dioses del Olimpo. Los All Blacks y Les Luthiers... Si lo hacen a propósito, no me lo pintan mejor.
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