Alfonso Ussía
Honor recuperado
Nada más agradable que la recuperación de un honor puesto en duda. Gracias a LA RAZÓN y a su excepcional periodista J.M Zuloaga, el mítico «Zulo», ahora se entiende todo, y el honor de los Pujol camina por la senda de la dignidad. Todo ese dineral supuestamente ingresado por los innumerables miembros de su familia nada tenía que ver con la avaricia, y sí y mucho con la patria catalana. Los Pujol fueron los primeros en conocer la difícil situación por la que transcurre la Señera estrellada, la «estelada», la «cubana», la independentista, que no es propiedad de Cataluña, sino de un señor de Castellón de la Plana, que la tiene registrada a su nombre en la Oficina Española de Patentes y Marcas. Así, no hay independencia posible. La Señera tradicional, histórica y limpia no les interesa. Es la Bandera del Reino de Aragón y la comparten plenamente con los aragoneses. En sus colores se inspiró Carlos III para crear la Bandera de la Real Armada, que pocos años después se convirtió en la Bandera del Reino de España. Entonces, los independentistas se inventaron el triángulo azul y la estrella de cinco puntas. Entre toda la gama de los azules eligieron uno de los tonos más feos, que se muerde con el rojo y el amarillo de las barras, y la estrella de cinco puntas no les obligó a pensar demasiado. Estrella en la URSS, estrella en Cuba, estrella en Cataluña. Ellos son así.
Pero se torció el futuro. El «Zulo» ha sabido que el pasado 25 de julio, y por un período de cinco años, la «Estelada» tiene dueño. Un empresario de Castellón que no está dispuesto a que se abuse de su propiedad y sus derechos sin abonar los devengos correspondientes. Los Pujol le han ofrecido una cifra con «seis ceros» a cambio de la propiedad de la «Estelada», y el señor Blázquez les ha respondido que tararí que te vi.Tararí que te vi significa lo mismo que pirulí pirulete, pero es más expresivo. Gracias al señor Blázquez, don José Antonio, propietario de la «Estelada», los Pujol quedan limpios de culpa de sus muchos y turbios negocios pasados. Para ellos, la acumulación de dinero sólo tenía un objetivo. Recuperar para Cataluña, la futura Cataluña independiente, la propiedad de su Señera estrellada, que ahora se comprende mejor que así se denomine. Una presumible nación no puede independizarse de nada ni de nadie si su símbolo más evidente y que más entusiasmos alza entre sus partidarios pertenece al señor Blázquez. Sea reconocido que no se manifiesta en el hecho la menor seriedad. Porque el señor Blázquez está en su pleno derecho de percibir una cantidad compensatoria cada vez que se exhiba su bandera en los ayuntamientos, sedes oficiales de Cataluña, vías humanas, centros comerciales y en los mosaicos de los socios del «Barça» cuando el Real Madrid visita el estadio azulgrana. Y esa constante exhibición hay que pagarla puntual, justa y debidamente. Pongámonos en una escena indeseable. Como en Iwojima, los bravos soldados del mariscal Tardá conquistan el Tibidabo y plantan ahí, en la cumbre, en su atalaya, la «estelada». Todo muy bonito hasta que llega el señor Blázquez y les advierte a los soldados: «Son catorce euros con diecisiete céntimos por cada hora que tengan la bandera en lo alto del mástil». Y ante eso, la «estelada» que se arría, los impulsos patrióticos se desvanecen y la moral del Ejército del mariscal Tardá que se va a por uvas.
Urge la creación de otra bandera, porque cinco años son muchos, y si hay que pagar por la «Estelada», los catalanes no independentistas y el resto de los españoles nos vamos a arruinar. Pero el honor de los Pujol, a salvo queda.
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