Alfonso Ussía
Huchas
La Generalidad se ha quedado sin urnas. El concurso ha sido declarado desierto. Queda la posibilidad de las urnas de cartón, como las de Burkina-Fasso. Pero no es el último recurso. Los separatistas pueden salir del paso con huchas. Huchas de cerditos, huchas de plástico e incluso, aquellas viejas huchas del Domund de nuestras infancias. Hoy se venden en anticuarios y chamarilerías. El indio sioux con su penacho de plumas. El negrito con su pelo ensortijado. El chino con su sombrero campesino. El indio de la India con su turbante. Joyas. Lo malo de las huchas es que caben pocas papeletas. Yo les ofrezco desde Madrid mi infantil colección de cerditos de porcelana con ranura en sus lomos. No gratuitamente claro. La porcelana se ha revalorizado mucho. Ábrase concurso de huchas con la mayor celeridad. Ofrezco 69 –perdón por el número–, cerditos en perfecto estado de revista. Los hay españoles, portugueses, franceses, ingleses, daneses, austríacos, alemanes y rusos. Uno de los daneses, muy gracioso, verde con flores carmesíes, reconoce ser italiano por su «Made in Italy» estampado bajo el rabo.
En muchos hogares hay huchas de cerditos. Si todos los catalanes separatistas y el resto de españoles partidarios del ilegal refrendo ofrecieran a Puigdemont sus porcinos ahorradores, la Generalidad podría reunir a millones de ellos. En lugar de urna por mesa, quince huchas de cerditos. Les aporto una idea. En Potes, Liébana, en La Serna, existe un comercio en el que se venden toda suerte de objetos locales. Varas, bastones, albarcas, miel lebaniega, orujo, y huchas de cerditos de barro cocido. A muy buen precio. Dos euros por cada cerdo. Ranura garantizada. Son huchas sin trampilla ventral, lo que obliga a romper el cerdito para proceder al escrutinio. Pero si Puigdemont llama a Montoro, que anda un poco revuelto con sus tejemanejes y reprobaciones, y le pide seis millones de euros para adquirir tres millones de cerditos, estoy seguro de que será complacido. Y con tres millones de huchas de cerditos se puede convocar sin riesgo de fracaso la consulta ilegal. Aporto la idea a sabiendas de mi perjuicio económico y hogareño. Estoy hasta el gorro de mi colección de cerditos, pero creo que es más serio que todos sean iguales para ofrecer a los observadores internacionales una imagen de seriedad democrática. Si en la Mesa A ó B ó C de un colegio de Granollers, se vota simultáneamente en un cerdito rosa con flores amarillas, uno azul con lunares morados, uno naranja rayado en verde, uno cuatribarrado, y uno multicolor como la bandera de los gays, la consistencia social del refrendo se va a la porra. Mucho más recomendable la adquisición de tres millones de cerditos de barro, todos iguales y a dos euros la pieza. Directamente y sin intermediarios, pues de haberlos, la comisión se la llevaría la familia Pujol. Eso sí, al contado. No es de recibo percibir seis millones de Montoro, el reprobado, y gastarlos en partidas secundarias para la sociedad.
Lo fundamental es que se celebre la ilegal y separatista consulta. Y si no hay urnas, ¿qué otra solución mejor que la de los cerditos de barro cocido de Liébana? Son robustos, capaces de albergar una veintena de papeletas, de muy sencillo manejo, y cerrados los colegios electorales, muy fáciles de romper, bien golpeando su lomo con un objeto contundente, bien lanzándolos contra la pared más próxima. ¿Que las papeletas caen al suelo? Pues se recogen. Ningún problema.
Si por falta de urnas no se celebra el refrendo separatista, no sirven más excusas. No quieren que se celebre. Tres millones de cerdos de barro se fabrican en un pispás.
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