José Luis Alvite

Humo con pamela (III)

Humo con pamela (III)
Humo con pamela (III)larazon

Le pregunté al columnista si había visto a la mujer que había ocupado antes su sillón. «¿La señora Chandler? ¿Dorothy Chandler? Me precede cada mañana en este sillón, hijo. Suelo leer el periódico con sus páginas recién perfumadas por las manos lactosas de esa mujer. No importa que tan malas sean las noticias cada mañana si ella les ha echado un vistazo con sus dedos. Esas manos, hijo, podrían convertir en trufa las heces de los rinocerontes». Phil Forrester conocía de memoria la vida y los pensamientos de aquella mujer de la que yo sólo sabía que era el único rostro que se me había repetido en sitios distintos desde mi llegada a Nairobi. «Lady Chandler se sube cada tarde a un tren hacia cualquier destino y regresa al día siguiente», dijo el columnista, «y lo hace porque necesita sentir el placer recordatorio de la primera vez que llegó en tren a Nairobi. Hoy va vestida de Irving Berlin. Compra sus vestidos con el vuelo pensado para bailar canciones que le traen recuerdos. Gershwin, Kern, Newman, Rogers, incluso esas cosas suaves de Glenn Miller en las que da tiempo a que medre la hierba entre las vías...». Por si se me ocurriese pensar algo raro sobre el carácter de aquella mujer, Forrester me hizo una precisión: «Es inteligente, cuerda y agradable. Se aloja en el "Empire"desde que enviudó de un latifundista holandés del que se dice que murió a causa de una infección contraída por no desinfectar el dinero sucio que amasaba con sus negocios turbios», añadió Forrester mientras en el bajo vientre del ventilador de aspas se reflejaba el ir y venir hipermétrope de los mozos arrastrando sus equipajes. Cogí el «Examiner». Aún olía al perfume retrasado de Dorothy Chandler y la imaginé abordando en la estación de Nairobi un tren que llevase en el bies de su humo el compás de una rapsodia de Gershwin en la que siempre fuese ayer...