Ángela Vallvey

Ideologías

La Razón
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Resulta curioso cómo en nuestros tiempos, cuando los avances científicos, la perspectiva y la experiencia históricas, y las cada vez más decisivas revoluciones tecnológicas nos han abierto las puertas hacia un mundo de mejoras hasta ahora desconocido, la ideología continúa jugando un papel cada vez más determinante en la vida de los seres humanos, igual que la religión. De hecho, tanto la ideología como la religión, juntas o por separado, son las responsables de las mayores catástrofes y también de los más grandes adelantos, de guerras, atropellos o conquistas de la historia, y siguen siendo fundamentales a la hora de explicar no sólo la contemporaneidad, sino la esencia de lo humano. Son dos caras de una única moneda: la identidad de la especie. Ambas, religión e ideología, apelan al más ancestral sentido de culto que poseen los individuos, a su necesidad de profesar una fe fanática que palíe su miedo sobrenatural, su desasosiego existencial. Tanto la religión como la ideología son sacralizadoras y supersticiosas, exigen una actitud de idolatría, fetichismo y confianza ciega, y para lograrlo han sido (y algunas lo son todavía) capaces de llevar a sus secuaces hasta los más inconcebibles límites del salvajismo y la barbarie.

Mientras que los fanatismos están casi siempre detrás del origen de los conflictos que asolan a la Tierra desde que los sapiens se apoderaron de ella, suele ser el prudente escepticismo quien prende la luz primera que logra que pequeños avances y progresos se vayan consolidando en medio del largo camino de la brutalidad humana.

¿Por qué, entonces, no prevalecen la cordura, la reflexión, la cautela y la ecuanimidad por encima del desatino, la irreflexión y el abuso? Cualquiera sabe. Es muy probable que el alegato idolátrico y la arenga supersticiosa formen parte de nuestra propia sustancia de bípedos erguidos que aspiran a elevarse por encima de lo que creen que es la indignidad de su condición animal.

El ADN es más poderoso de lo que tendemos a sospechar. Puede que las luchas por las doctrinas y la sangre derramada en nombre de las ideas –a menudo de corte colectivista, esto es: redentor– sean elementos que pertenezcan a los rituales de sacrifico que el sapiens se ve impelido a realizar en aras de la salvación de la especie –al final ficticia, imaginaria, falsa–, pero sobre todo de sí mismo como ser mortal, confundido, de una fragilidad angustiosa, sobre todo efímero. De su vana ilusión.