Restringido
Iglesias y el independiente
Algunas de las propuestas de los nuevos partidos políticos, por exploratorias y buenistas que puedan parecer, empiezan a desvelar qué es lo que se encuentra detrás de su forma de pensar la política española y demuestran que no están tan lejos los dos partidos que han emergido con fuerza después de las pasadas elecciones.
En ese sentido, circula la propuesta que el señor Íñigo Errejón ha puesto sobre la mesa acerca de la posibilidad de investir como presidente a «una figura independiente» que genere un amplio consenso en cuanto a los cambios estructurales que, a su juicio, se deben hacer en el país y que se acomode a las expectativas de todos los sectores sociales.
Sin embargo, no es la primera propuesta que se hace en ese sentido. Ya en junio del año 2012, el señor Luis Garicano, influyente miembro de Ciudadanos, publicó, junto a otras firmas, un artículo en un diario nacional en el que defendía la necesidad urgente un nuevo Gobierno, con apoyo de todos los partidos mayoritarios compuesto por técnicos «intachables» con amplios conocimientos de la cartera que les fuese asignada.
No es la primera experiencia europea. Por ejemplo, en Italia, la troika impulsó el Gobierno del señor Mario Monti, de una manera que violentaba el desarrollo normal democrático, con el argumento de la incapacidad de la política y de los políticos para sacar adelante el país. Cuando el señor Monti aspiró a ser elegido democráticamente, se evidenció la realidad democrática de Italia.
No es sorprendente la confluencia entre los dos partidos políticos porque, en definitiva, su concepto de la política está inserto en las zapatas del populismo, que conecta en ocasiones con la tecnocracia.
La política es una tarea de recoger los sentimientos, deseos y anhelos de la gente. El objetivo es que quien configure el poder político sea representante de la sociedad y de todas esas expectativas. Para Podemos y Ciudadanos, la solución está en un intérprete de la realidad, es decir, un grupo de gente, una élite de la meritocracia, que sabe bien lo que nos conviene a los demás.
Esa es una de las esencias del populismo, la voluntad del pueblo no es debatida y definida en las instituciones, es interpretada por el superlíder. Después, normalmente, las reglas que se aplican los intérpretes a sí mismos suelen ser diferentes a las que aplican a los demás, ese es el cimiento sobre el que se asienta la arbitrariedad.
El concepto de la política a partir de hiperliderazgos también es común a Podemos y Ciudadanos, y desde luego, tiene el riesgo de extenderse a otras formaciones políticas que han gozado de una cultura diferente a lo largo de toda su historia. El intento de que las decisiones colegiadas de los órganos de dirección de los partidos, en asuntos de la máxima importancia, cada vez tengan menos valor frente a la voluntad del líder es una muestra de ello. La llamada a las urnas se realiza para que quien aspire a gobernar se presente, pida el apoyo a los electores y si logra obtener el número de votos necesarios, desempeñe las tareas de gobierno o de oposición. Pero eso no es todo, una convocatoria electoral abre un nuevo proceso de negociación, de diálogo, de contraposición de ideas y de búsqueda de acuerdos y de consensos en los que resida sin tensión la opinión de la mayoría. Podemos no ha desautorizado ni descartado la propuesta del señor Errejón, y eso no significa que el señor Pablo Iglesias no quiera ser presidente del Gobierno, sencillamente quiere decir que no lo puede ser por ahora, pero no renuncia a ser el «guía de España».
La propuesta de Ciudadanos tampoco significa la renuncia del señor Albert Rivera a designar, si pudiese, un Gobierno. Sencillamente, estaría en sus manos la interpretación de qué tecnocracia exactamente necesita España.
Tanto uno como otro proponen encomendar a ese Gobierno técnico una serie de prioridades. En el caso del señor Errejón, conducir una reforma electoral y las bases de un nuevo pacto constitucional; en el caso del señor Garicano, tres prioridades de modernización económica del país, es decir, una tecnocracia de izquierdas frente a una tecnocracia de derechas, política sin políticos, o mejor aún, con un solo superlíder.
En realidad, tanto los unos como los otros, viven en una contradicción: intentan impulsar sus ideas políticas barnizadas con una pátina de tecnocracia, en un contexto social que denosta la política.
Son políticos que rechazan la política, pero la hacen. Por ello, decepcionarán aún más.
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