César Vidal

Imperialismo

La Razón
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Uno de los grandes males del nacionalismo catalán es el de proceder históricamente de posiciones poco elevadas. El III Reich era diabólico, pero podía apelar a imperios germánicos que habían durado desde la Edad Media hasta 1918; el fascismo de Mussolini era perverso, pero tenía la posibilidad de referirse a Roma y al Renacimiento; incluso el Japón podía recordar cómo había rechazado las invasiones de Kublai Jan. Cataluña –a diferencia de Asturias, León, Castilla, Valencia, Mallorca, Murcia, Granada y tantos lugares de la añosa piel de toro– nunca fue un reino. Su lengua no sólo no es universal como el español, el inglés o el francés sino que no pasa de ser un hermoso dialecto del provenzal cuya primera gramática se escribió en el siglo XIX con discutibles criterios lingüísticos. Para colmo, a diferencia de Texas o Escocia, nunca fue una nación independiente antes de volver a reintegrarse en España a través de la corona de Aragón. Todos esos hechos no tienen mayor importancia cuando uno se siente a gusto con la Historia propia que, en el caso de Cataluña, es la de España. Constituye, sin embargo, un tormento cuando se desea ser lo que nunca se fue. Entre las peores manifestaciones de ese ansiar ser lo que nunca tuvo existencia, se encuentra un imperialismo catalán que no por ridículo y caro resulta menos peligroso. Ese imperialismo pretendió durante la Segunda República anexionar a Cataluña zonas de Aragón y ocupar las Baleares, lo que tuvo como única consecuencia la de obstaculizar el esfuerzo de guerra del Frente Popular y favorecer la victoria de Franco. Esa visión imperialista sin base histórica alguna ha sido difundida con dinero de nuestros impuestos por los sucesivos gobiernos catalanes. Ahora ese amasijo de nacionalismo catalán e ideología antisistema denominado CUP no sólo lo enarbola con verdadero entusiasmo, sino que lo ha convertido en condición para apoyar la investidura de Mas. Ya no se trata sólo de la independencia de Cataluña, sino del intento de desmembramiento del resto de España. Cuando se ve a sobrados valencianos paseándose por Cataluña aireando su optimismo porque las «tierras valencianas» pronto regresarán a los Países Catalanes hay que concluir que ese imperialismo no es baladí. Por muy injustas, ridículas y absurdas que resulten esas pretensiones, hay que prestarles atención. Si desde hoy mismo no se frena de manera enérgica la extensión del imperialismo catalán por Aragón, Valencia y Baleares, dentro de muy poco el espectáculo bochornoso de Cataluña se reproducirá en otras regiones españolas.