Tenis

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Infinito

La Razón
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Encaramado al número uno en dos ocasiones después de superar una cadena de contratiempos. Eso es tenacidad. Ése es Nadal, a quien una osteocondritis del escafoides del pie izquierdo, que debilitaba el hueso y degeneraba en artrosis, alarmó tanto al bueno del Tío Toni que pensó que la carrera de su sobrino terminaría prematuramente hace más de diez años. Consultas, podólogos, plantillas especiales, entrenamientos específicos y adelante cual Christy Brown –«Mi pie izquierdo», Daniel Day-Lewis– aquel pintor y escritor irlandés que con parálisis cerebral asombró con sus obras. Nadal no deja fascinar. Conmueve. Ha padecido fisuras varias, inflamaciones, múltiples tendinitis, lesiones en las rodillas, bloqueos en la espalda, ¡vértigos!, que tiene más cicatrices que Mel Gibson y René Russo juntos. Una semana antes de los Juegos de Río, se levantó del sofá –no podía entrenarse, tenía la muñeca izquierda hecha fosfatina–, asumió que era el abanderado de España y empezó a jugar. Ganó el oro en dobles con Marc López y no alcanzó la medalla en individuales porque Nishikori se tomó 11 minutos de reposo en el vestuario, cuando Nadal acariciaba la remontada.

Luego descansó. Restañó las heridas, volvió sin saber exactamente cuáles serían sus posibilidades y jugó la final del Abierto de Australia contra Federer, que le venció y protagonizó a partir de entonces otra «resurrección».

En Nueva York, donde Murray, Djokovic y Wawrinka han pagado con su ausencia el precio de un calendario sobrecargado, único hecho capaz de doblegar a Nadal, éste ha ganado, jugando en algunos sets, posiblemente, el mejor tenis de su carrera. Rafa se reinventa cada vez que saca la lengua al destino y vuelve tras una maldita laceración. «Reseteado», sin lesiones, pero con los dolores habituales, demuestra que es eterno, enorme, único, el tenista infinito.