Pilar Ferrer
Injusta deshonra al Rey
Enfundado hasta el cuello por el húmedo frío que estos días invade Mallorca, a Iñaki Urdangarín no le quedaba otra. El daño que está causando su proceso judicial a la Monarquía española exigía un rotundo alejamiento de la Casa del Rey en sus negocios. Tal vez por ello lo hizo, incluso a sugerencia de La Zarzuela, por escrito, para que el desmentido no se prestara a distorsión alguna. En su huída hacia delante, parece recordar el duque de Palma aquella frase del genial filósofo griego Demóstenes: «Estamos dispuestos a creer con fuerza aquello que anhelamos». Y en efecto, entre la realidad y el deseo se mueve este convulso culebrón jurídico.
Es esta una historia de mentiras y verdades, de testimonios encontrados entre Urdangarín y su ex socio Diego Torres, con la inevitable sombra de una Infanta de España de por medio. Más allá de los supuestos delitos por los que se acusa a los antiguos compañeros de andanzas varias, las defensas de ambos tienen clara su estrategia. Torres tira por elevación con el intento de implicar a la Corona, mientras Iñaki ha de desmontar tales testimonios. La palabra de uno frente a la del otro sitúa al juez instructor en la fase más difícil de un proceso, bajo el dogma según el cual las palabras vuelan los hechos son sagrados.
Al margen de los delitos imputables al esposo de la Infanta Cristina y a Diego Torres, es censurable tratar de desprestigiar la figura del Rey y, mucho más, orquestar una campaña sobre su posible abdicación. Rumores que rayan en la ruindad absoluta, máxime en momentos tan delicados de nuestra vida política. Quienes hemos viajado durante muchos años por todo el mundo junto a Don Juan Carlos, sabemos de su prestigio y solidez en defensa de España. Ello no es óbice para juzgar sin piedad a los culpables. Mientras, Urdangarín y Torres pueden leer al japonés Murakami y sus reflexiones: esto ha sucedido, pero no puede estar pasando.
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