Irene Villa

Inocentes

La Razón
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En el día de las bromas por excelencia nos acordamos también de Herodes y de los inocentes niños degollados, en los que se reflejan por desgracia la cantidad de vidas truncadas o malogradas en nombre de la ira, el odio, la intolerancia, o por diferentes ideologías, justificadas incluso por los preceptos de una religión, en todos los rincones del mundo. Pero no es un día de sufrimiento sino de hacer o caer en alguna que otra inocentada, y de homenajear la bendita inocencia. Solemos asociar la inocencia con la bondad, sobre todo si usamos su sinónimo «candidez», y la astucia y picardía con la perversidad. Por eso dicen que el corazón debe ser ingenuo, abierto siempre a la compasión y la clemencia, mientras que la mente si es hábil y socarrona, mejor. En cualquier caso, mantener la inocencia propia de los niños es en muchas situaciones más que necesario. Hay quien piensa que creer que todo el mundo es bueno es darte de bruces con la realidad. Sin embargo, vivir en esa positiva creencia te da confianza y tranquilidad, que se traduce en actitudes positivas y humanitarias, que suelen atraer también gente buena. Así confirmas tu creencia y, aunque esto no ocurriera, pensar bien te hace mantener la esperanza y crear un futuro ilusionante. Por eso nunca entendí la frase: «Es tan bueno que es tonto», incluso en Argentina existe una palabra para denominar a esos amables y bonachones de quienes muchos abusan porque no saben que bondad es grandeza: «buenudos», que viene de unir bueno y boludo. Sí, cierto que hoy hemos de andar con mil ojos, potenciar la picardía y no confiar en nadie, pero no nos avergoncemos de la inocencia, porque como dijo el creador del inolvidable Tom Sawyer, Mark Twain, «el 28 de diciembre nos recuerda lo que somos durante los 364 días del año restantes». Ojalá sea así y sepamos mantener esa ingenuidad que, en su justa medida, mejora nuestra vida. Y que nunca abandonemos del todo la bonita edad de la inocencia.