Debate de investidura

Investidura

La Razón
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Terminó el debate de investidura con el rechazo por segunda vez a la candidatura de Mariano Rajoy. Pese a lo esperado del resultado y al conocimiento de las posiciones de cada partido, podemos concluir: qué terrible debate, qué terrible imagen y qué terrible Parlamento. Bajo la premisa que todos dicen defender «el interés general de España», se adivina el interés particular de los líderes de los dos partidos mayoritarios, al que no resulta ajeno el líder de C’s, pese a que trate de esconderlo en ese papel presuntamente centrista en el que quiere situarse –que lo mismo vale para un roto que para un descosido, unidad de España aparte–, siendo patético que, tras poner a escurrir a Rajoy y añadir que preferiría no tener que apoyarle, firma un pacto para investirle e insinúa que sería mejor otro candidato del PP.

La falta de «feeling» entre Rajoy y Sánchez es evidente, buscando éste al menos la caída de Rajoy con la suya. Y ante el bloqueo imposible de romper, surgen de nuevo quienes piden un paso al lado de ambos líderes. Felipe González ha dicho que la investidura se facilitaría si Rajoy dejase su puesto a otro candidato popular, en la misma línea que ha insinuado Rivera. La cuestión es si la propuesta «sensata» que se mostró dispuesto a apoyar Sánchez está en esa línea, o por el contrario se refiere a un acuerdo entre las que denomina «fuerzas del cambio», con podemitas y nacionalistas, y a la que Rivera, según y cómo –como siempre–, podría sumarse.

Más parece que se trate de esta segunda, pues si de verdad el paso atrás fuera una opción aceptable por los demás, bastaría con plantearla públicamente y formalizarla por escrito, acabando con el bloqueo actual y forzando al presidente del Ejecutivo a cumplir su compromiso de no ser un obstáculo para facilitar la formación de Gobierno con su partido a la cabeza, cosa que no han hecho en ningún momento.

Respecto a lo allí defendido, preocupa aún más. El pacto del PP con C’s incorpora 100 puntos firmados con el PSOE e incrementa el gasto público en más de 56.000 millones, lo que supone una renuncia a sus principios, un paso atrás en las reformas realizadas y en la lucha contra el déficit público, y pone en riesgo la recuperación económica y el cumplimiento de los compromisos comunitarios por los que estamos amenazados de sanción. Y demuestra que el centrismo de Rivera no es tal, pues sus exigencias están más cerca de las políticas socialistas que de las liberales, y además no es democrático al querer imponerlas con tan sólo 32 escaños frente a los 137 del PP.

Iglesias volvió a confundir el Parlamento con la calle y dio un mitin, creyendo ser más convincente por gritar, resultando tan patético como sus contenidos, próximos al comunismo trasnochado y a las dictaduras comunistas que dice no defender, ejemplificando con la nefasta gestión de los ayuntamientos que gobierna, y reivindicando ser ya parte del sistema. Es decir, de la «casta».

Del resto, nada que destacar salvo la intervención del tal Rufián de ERC, calificable ella y su persona como el Diccionario de la Lengua define el significado de su apellido. ¿Qué hemos hecho tan mal para que un chico de 1982 haya llegado a esto?

La opción de las «fuerzas del cambio», que ya nos han enseñado lo peor de sí mismas y lo que podemos esperar de ellas, parece que no es viable con este Parlamento, pero no debemos darlo por imposible, porque la situación es bastante esperpéntica, y la hagiografía idolátrica es muy peligrosa y su instrumentalización política un suicidio.