La amenaza yihadista
¡Juguemos el partido!
El resultado de las elecciones del 26-J traerá pactos y acuerdos políticos que deben ser tomados como una oportunidad sin igual para reformar el Estado en todas sus dimensiones. Uno de estos pactos debe ser, sin duda, el firmado por los partidos constitucionalistas para poner freno, de una vez por todas, al nacionalismo catalán, ahora ya secesionista sin tapujos. Ha llegado la hora, sin prisa, pero sin pausa, de que el problema nacionalista (que no es catalán, sino español) sea un asunto a tener en cuenta en la agenda reformista del próximo Gobierno. Estamos en una carrera ya empezada. Con paciencia, serenidad y convicción, los demócratas no podemos perder este pulso. Basta ya de considerar a Convergencia, o como quiera que se llame el partido (que poco parece haberse refundado, ya que son los mismos líderes y apuestan por la misma vieja política), como parte de la solución al problema que desde sus filas se ha planteado. Quien fomenta, patrocina y alienta la división no puede resolver ninguna cuestión que tenga como eje central la unión de los ciudadanos. Fue el pujolismo quien planteó el primer pulso al Estado ya por los años 80 del siglo pasado. Desde entonces, los nacionalistas se han aprovechado de ello gracias a las diversas coyunturas que permitieron hacer de Convergència y ERC partidos determinantes para el Gobierno y, por lo tanto, lo que es clave y más importante, para sus políticas. ¿Alguien puede pensar que los que cantaban hace 30 años aquello de “hoy paciencia, mañana independencia” pueden ser parte de la regeneración democrática que necesita el país? ¿Es factible que para bajar el suflé secesionista se tenga en cuenta como única voz de los catalanes al presidente de una Generalitat absolutamente partidista y alejada del conjunto de los catalanes? La prioridad del pujolismo y su legado no ha sido, como demuestran la historia y la actualidad, el bienestar de los ciudadanos de Cataluña. Sólo así se entiende la deriva populista que engloba al separatismo catalán que se está viendo en toda España y que no tiene otra explicación que la de agarrarse a un modelo caduco por parte de unas élites nacionalistas.
Creo llegado el momento de que los catalanes que nos sentimos españoles, en grados distintos, nos veamos representados en el Ejecutivo por personas que tienen claro cómo afrontar uno de los tres o cuatro problemas reales que tiene planteados el Estado sobre la mesa del día a día. Es ahora. Cada persona en su ámbito de decisión. Los políticos, remando todos juntos; y los ciudadanos, implicándonos y exigiendo resultados a los primeros. Se debería olvidar para siempre el «peix al cove» y afrontar el desafío secesionista sin los cantos de sirena que todavía una parte de la sociedad catalana escucha sin más explicaciones.
Hay que dejar atrás, ya, al nacionalismo. Con valores, ambiciones, convicción, nuevas e ilusionantes perspectivas de futuro, con clarividencia, serenidad y con una hoja de ruta clara, meridianamente clara. Nos lo merecemos los ciudadanos de toda España y en especial los catalanes. Juguemos el partido. Lo vamos a ganar. No hay mejor alternativa.
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