Política

Fernando de Haro

Justicia

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El Día de la Memoria que ayer Urkullu presidió tuvo ese tono de equidistancia que tanto le gusta al PNV. Al recordar a todas las víctimas del terrorismo y a todos aquellos que han sufrido «la violaciones de derechos humanos con pretendida razón y justificación política» creó una ambigüedad políticamente calculada. Los que defienden que ha habido «víctimas en los dos bandos», en concreto el mundo abertzale, pueden sentirse cómodos con una formulación de este tipo.

Pero al menos había una cosa de las que decía Urkullu que es verdad: es necesario «el reconocimiento de la injusticia de la violencia, el reconocimiento del daño causado, y la dignidad de las víctimas, merecedoras del derecho a la verdad, la justicia y la reparación». Si esto se aplica a las víctimas auténticas y no a las víctimas supuestas, puede ser un buen programa con el que coronar el fin del terrorismo.

No contribuye a que acabe bien el que los terroristas hayan podido hacer política antes de dejar de serlo, el que el Tribunal de Estrasburgo haya anulado la «doctrina Parot» y el que algunos jueces de la Audiencia Nacional se hayan dado demasiado prisa en propiciar las últimas excarcelaciones.

Es lógico que las víctimas no consideren satisfecho su deseo de justicia, que no tiene por que ser, como dicen algunos, deseo de venganza. Pero aunque todo ese proceso hubiera sido impecable, la desproporción entre el daño sufrido y la justicia que puede proporcionar el Estado de Derecho seguiría siendo descomunal.