Cataluña
Kafka en Barcelona
La Asamblea Nacional Catalana reparte masivamente estos días dosis de burundanga para motivar las calles barcelonesas: esa escopolamina que disuelve la memoria (incluso la histórica) y somete por intoxicación química las capacidades cognoscitivas. Este pensamiento circular y circulante establece el advenimiento del día en que Cataluña será independiente tras 800 años de opresiva ocupación española. España siempre ha descolonizado mal pero se ignoraba que tras la bochornosa evacuación de Seguia el Hamra y Río de Oro nos quedara algún territorio colonial pendiente de la autodeterminación de sus aborígenes. Para mayor abundamiento la ANC es cabeza tractora de la Confederación de Entidades Soberanistas de los Países Catalanes, aditivo de la burundanga: Cataluña más Valencia, Baleares, la sierra murciana de El Carche, la franja aragonesa, y, ¿por qué no?, Andorra y buena parte del Rosellón. Sólo quedaría para llenar el saco el pueblo de Alguer, en el noroeste costero de Cerdeña, antaño colonizado por catalanes y cuyo idioma es cooficial para la administración regional sarda. El «Procés» que nos aflige se refleja nítidamente en «El proceso», de Kafka, el desdichado austrohúngaro bohemio, judío y tuberculoso que no quiso publicar su obra asustado de la ceremonia de la confusión que predecía. Inidentificables hombres de negro procesan a Joseph K. sin delito, cargos, pruebas o testigos colocándole en la tesitura de demostrar su inocencia, contradios jurídico, que te sume en el complejo de culpabilidad porque algo indecoroso habrás hecho en tu vida y ni siquiera lo sabes. Metáfora o parábola de la ignorancia como dogma, la hipocresía interesada como empírica claridad conceptual, la decisión imperativa de los caballeros de la Mesa Redonda poniendo a votación democrática las fronteras de Camelot y hasta la fidelidad conyugal de la reina Ginebra, la onírica y romántica idea de que el poder pertenece a quien libre la espada Excálibur hendida en una roca. Kafka murió sin conocer el inquietante regreso al futuro de este siglo. Sus tres hermanas perecieron en la Shoá, parte de sus textos en manos de su última amante, Dora Diamant, fueron decomisados por la Gestapo, y su albacea, Max Brod, incumplió su mandato publicando todo lo que quedó de aquel enteco que introdujo el calificativo «kafkiano» en las lenguas principales. En la obra el acusado es acuchillado en el corazón. Estos kafkianos están necesitando un muerto.
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