Julián Redondo

Katana

La Razón
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Afilado y letal, como una katana de Hattori Hanzo, Messi es el futbolista que, como antes otros cuatro o cinco elegidos, es capaz de desequilibrar el partido con una finta, un eslalon de regates que encadena como latigazos y un disparo que cuando lo intuyen los porteros resulta demasiado tarde. Precisión, el corte profundo y preciso del cirujano experto a quien no tiembla el pulso ni desvía un milímetro la incisión. Cuestión de vida, la de Leo, o muerte, la del resto; mortales, sí, los pobres. Como Iniesta o Xavi, es de esos jugadores que piensa antes que el adversario; cuando enfila hacia la portería parte con esa ventaja, la anticipación del pensamiento que Chiellini, el muy atrevido, observó como una falta de atención de los defensores bilbaínos, poco prácticos, tal vez. «En Italia no habría marcado el gol que metió al Athletic», afirmó el zaguero que ha recibido como castigo divino una lesión que le impedirá jugar. Gentile arruinó el Mundial de España a Maradona; pero no fue mérito suyo sino del árbitro que le permitió terminar el partido. Es más fácil parar a Messi en el túnel del vestuario que sobre el césped, un hábitat que no le oculta secretos que la inmensa mayoría es incapaz de olisquear. Es el talento, estúpido; superlativo en el caso de Leo, que ha añadido a sus virtudes un físico que, según cuentan, el médico italiano Giuliano Poser ha modelado con dietas tan estrictas como efectivas, hasta un extremo que ya ni siquiera se lesiona. Genio y figura, pericia y fuerza, todo lo cual parece suficiente para ganar a la Juve la final de la Liga de Campeones.