Cristina López Schlichting
La belleza desarmada
Cierto discurso cristiano sobre la realidad cansa mucho. Suele ser un discurso enfadado y emitido «contra algo». Contra la relajación de las costumbres, la ideología de género, el aborto... No estoy diciendo que no se trate de posturas justas, digo que repetirlas se está demostrando inútil, no consigue generar evidencia sobre las cuestiones elementales. La continua lucha contra criterios antagónicos no lleva a diálogo alguno. Los guerreros salen revestidos de rodelas y lanzas dialécticas perfectas, combaten bravamente y... se despiden sin haberse rozado las vestiduras. Por otro lado estamos viviendo una crisis profunda –económica, política, cultural– y un cambio de época. Urgen precisamente las respuestas. Ayer se presentó el libro «La belleza desarmada» de Julián Carrón, editorial Encuentro, con una propuesta de cristianismo alternativa al «discurso airado».
El autor explica que la unidad cultural cristiana saltó por los aires con la reforma protestante y las guerras de religión. Y que la ilustración constituyó el esfuerzo por salvar los valores sin tener que fundamentarlos en la fe. La paradoja es que, tres siglos después, esta forma intelectual de salvaguardar los principios no ha resistido. Chicos nacidos en Occidente ponen bombas. Se levantan muros en Calais contra los emigrantes. Triunfa la irracionalidad.
¿Qué hacer? Carrón dice que el cristianismo sólo será interesante en la medida que contribuya a resolver los problemas. «Pienso –dijo ayer– que la fe puede ofrecer respuestas eficaces a condición de que el cristianismo realice examen de conciencia. Porque, como decía Elliot, no sólo el mundo ha abandonado a la Iglesia, también la Iglesia ha abandonado al mundo». Lo que necesitamos es una razón para levantarnos con una sonrisa por la mañana. Para trabajar sin ser esclavos. Para volver a animarnos a tener hijos. «Nada de eso se puede conseguir haciendo flexiones por la mañana en un cuarto de baño» apostillaba el autor con sentido del humor. Y proponía mirar las personas y lugares donde se vive el cristianismo, donde se experimenta una alternativa a la nada. Donde la vida importa, la familia se cuida, se educa, piensa, crea. «Estamos como en los inicios –concluyó–. Jesús no fue a casa de Zaqueo a echarle la bronca porque era un ladrón y robaba el dinero de los judíos. Fue Zaqueo, fascinado por la belleza de aquel hombre, el que hizo un esfuerzo por subirse al sicomoro». Ahí nació una amistad. Sólo la belleza desarmada fascina. Un atractivo que vence la dialéctica estéril.
Reconozco que me cuesta un poco pensar que la presencia de cristianos cambiados pueda transformar de nuevo esta Europa cansada hasta insuflarle positividad y alegría. Así que me levanté en la rueda de prensa y pregunté a Julián Carrón si teníamos que resignarnos a un cristianismo de minorías. «Bueno –contestó– para cambiar la historia de Israel Dios eligió a un hombre, Abrahán. Y para rescatar al ser humano se hizo hombre, un solo hombre. Podemos pensar que no era un método eficaz, pero no fue mal». Voy a empezar a mirar, en lugar de discutir. Por eso he comprado el libro.
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