Alfonso Merlos
La bronca y la juerga
Unos broncas y unos juerguistas. Hay algo más. Pero es esencialmente eso. Ni antimonárquicos, ni críticos con el sistema ni defensores del interés general de los españoles. No nos engañemos. Hay un nexo común entre quienes prendieron la mecha de la violencia en Gamonal, quienes han protagonizado un amago de Intifada en Alcorcón y los que ahora se disponen a llenar de ruido y furia las calles de Palma. Éste podría ser el tiempo de la protesta pero no es desde luego la forma. Cualquier ciudadano en este país es inocente hasta que no se demuestre lo contrario; y tiene derecho a que no haya clima de coacción alguno que influya perjudicialmente en el proceso en el que se ve inmerso; y nunca puede ni debe someterse a un linchamiento que condicione su declaración y hasta su estado de ánimo en la comparecencia ante un magistrado.
No. Una turba de fanáticos esgrimiendo argumentos extremistas y de secta contra la Infanta Cristina no merece enarbolar un movimiento de regeneración democrática. ¿Estamos locos? ¿No somos capaces de ver en un sitio y otro y en el de más allá a los mismos perros con distintos collares? ¿No entendemos que aquí hay mucha gana de fiesta, de provocar, de agredir independientemente del fuste de la causa?
Es en momentos como éste en los que se prueba la calidad democrática de una sociedad. Es verdad que los que pretenden liarla detrás o delante de una pancarta este fin de semana no representan a la mayoría. Por eso es clave que los poderes sepan discernir las manifestaciones perfectamente respetables de los actos de rebelión y hasta delictivos que ya se puedan estar planeando. Sólo así será posible proteger las primeras y anular los segundos. Aprovechando que el Pisuerga pasa este fin de semana por las Baleares hay alborotadores cuyos humos habrá que bajar.
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