Enrique López
La buena Constitución
Hace tiempo que vengo expresando que la constante apelación a la reforma de nuestra Constitución, siendo legítima, es presentada por algunos como un prodigio de suerte natural para solucionar todos los problemas que tiene España en estos momentos, concediéndole a la reforma en sí misma una naturaleza taumatúrgica. Nadie pueda negar que las constituciones pueden, y a veces, deben ser reformadas. Ahora bien, antes de iniciar el proceso, se debe tener claro qué es lo que se pretende para poder centrar de forma racional un diálogo discursivo sobre la misma, y también se debería partir de una valoración positiva de nuestra actual Constitución, al margen de que pueda ser reformada para mejorarla; y todo ello, sin que pierda su esencia, constituir un marco de referencia que se convierta en un nuevo proyecto en común. La reforma no puede convertirse en un punto de partida para lograr otro tipo de realidades como el que estamos sufriendo en estos momentos en España. Debemos admitir que un porcentaje no mayoritario, pero significativo de la población residente en Cataluña, aspira a una independencia del territorio, pero también se debe tener en cuenta que una mayoría de esa población y la inmensa mayoría de españoles no lo pretendemos, y apostamos por la unidad de España. Una reforma que aspire a acomodar aquella parte de la población en el proyecto común no puede convertir a España en una realidad no deseada por la mayoría, y esta es la dificultad de la que se parte. Hay que apelar a la responsabilidad política en cualquier planteamiento de este tipo. En este escenario es muy difícil plantear cualquier reforma de la Carta Magna si va acompañada de un proceso de deslegitimación de la misma, considerándola la generadora del problema, cuando lo que estamos percibiendo es que, hoy por hoy, en nuestro libro de reglas encontramos la solución. Si a esto le añadimos que algunas fuerzas políticas consideran que el pacto político de 1978 fue un mal acuerdo, el proceso de deslegitimación de la Carta Magna está en marcha. En mi opinión, antes de iniciar cualquier proceso de reforma, se debe estar en un marco plenamente normalizado, donde la convivencia pacífica sea la tónica. A partir de ahí, se debe iniciar la búsqueda de un gran pacto inclusivo que permite acomodar a todas las ideologías y diferentes puntos de vista, tal cual se consiguió en 1978, y que algunos desprecian. La última gran reforma constitucional operada en Europa fue la alemana, y tuvo como fin fortalecer la Nación alemana datándole de más poder a la federación para afrontar los retos del siglo XXI. La reforma no puede servir de excusa para que aquellos que quieren abandonar España sigan pretendiéndolo frente a la buena fe de la inmensa mayoría de españoles. Debemos superar el rancio frentismo, la soberbia y la insolencia en los que algunos viven instalados, por la generosidad y el respeto a los demás. Shakespeare nos muestra en la obra «El Rey Lear» cómo se puede destruir un reino: engañado por dos de sus hijas, quiso repartirlo, y lo hizo sin considerar las repercusiones de su acto.
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