Restringido

La buena educación

La Razón
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Nunca encontramos en España el momento adecuado para hacer un debate profundo acerca del modelo educativo. Por el contrario, se utilizan los datos de unos u otros informes, especialmente PISA, como ataque argumental desde posiciones ideológicas ancladas en el inmovilismo y en el pasado.

José Saturnino de la Plaza ha defendido a lo largo de su investigación que los resultados obtenidos por diversos modelos educativos son parecidos, es decir que los niños saben lo mismo con distintos sistemas y organizaciones de la educación. De esta manera, los datos de PISA para España no son muy diferentes de otros países por ejemplo, se obtiene un 493 en lectura cuando la media es de 500 y la desviación típica es de 100, o que seamos de los países de la OCDE que más han incrementado el nivel educativo de su población, casi triplicando la proporción de titulados con Secundaria. Julio Carabaña, en un libro publicado recientemente, «La inutilidad de PISA para las escuelas», abunda en el mismo sentido.

Los objetivos que debe buscar una sociedad en su sistema educativo son tres: mejorar el capital humano de la sociedad, que en definitiva es hacer una sociedad con más crecimiento económico y mayor nivel de bienestar; reducir las desigualdades sociales, que son cuna de iniquidades e injusticias y, en último término, alcanzar un alto grado de civismo y de convivencia respetuosa entre sus miembros.

Un ejemplo de civismo es la sociedad japonesa. Sus señas de identidad son buenos modales, tolerancia, limpieza y respeto. A un japonés se le inculca desde pequeño a cuidar de su entorno, a ser valioso para la sociedad y a colaborar en el bienestar de los demás. En la Educación Primaria les enseñan a ser independientes, organizados y cuidadosos, a colaborar con el mantenimiento y limpieza de los colegios y de la vía pública o a que los niños de mayor edad colaboren y ayuden a los más pequeños.

Ciertamente es un sistema educativo controvertido, que ha recibido críticas y también se lo considera responsable de problemas como el «Hikikomori», pero el respeto hacia los demás que tienen los japoneses no tiene parangón.

Un gran sistema es el finlandés, siempre innovador. Para el próximo curso ha emprendido un nuevo camino con otro modelo pedagógico en el que desaparecen los pupitres, las aulas tradicionales y los exámenes. Se trata de intentar una forma de pensamiento interdisciplinar en el alumno, en el que relacione todos los conocimientos adquiridos, potenciando sus capacidades de investigación y de reflexión, una preparación para la vida real.

No son únicos los finlandeses. En España los jesuitas han sido pioneros en lo que han llamado «enseñanza por proyectos», han tirado abajo las paredes de sus aulas y en su lugar hay sofás, luz y colores y han eliminado conceptos como las clases magistrales. En una revolución del modelo pedagógico, el objetivo que se plantean es un cambio sistémico en la educación. Mariano Fernández Enguita, un catedrático de Sociología que ideológicamente se encuentra en las antípodas del conservadurismo político, después de apoyar la iniciativa jesuita se lamenta de que no haya sido la Educación pública y los poderes públicos quienes se hayan planteado la innovación en el sistema.

Los datos son tozudos, y es posible que lleven razón los que minimizan las diferencias de éxito entre unos sistemas y otros. Ni siquiera los finlandeses pueden explicar adecuadamente el porqué de su alto nivel de rendimiento educativo, pero lo que es una evidencia es que dedican una parte importante de su tiempo, de su reflexión y de sus recursos a educar a sus jóvenes.

Lo que se sabe del civismo es que tiene más incidencia la formación adquirida en los hogares que la recibida en las aulas. Por hogares me refiero no sólo al entorno familiar, sino a los «inputs» provenientes de la televisión o del entorno vecinal. Pero lo que también parece evidente es que existe una experiencia, la japonesa, en la que el sistema educativo se suma a esa concepción de la sociedad y es altamente eficaz.

Entre la política educativa, ministerio, consejerías y las corrientes pedagógicas y el profesor enclaustrado en su aula, su grupo, su asignatura, anclado en su método..., quizá el nuevo camino sea el que han emprendido los finlandeses y los jesuitas una vez más.

De momento, para no equivocarnos, desechemos un modelo darwinista en el que sólo llegan algunos que ni siquiera son necesariamente los mejores, y apostemos por garantizar el acceso de la gente a la educación. Son intolerables algunas cifras de abandono y las barreras socioeconómicos que siguen sufriendo muchas personas, dotemos mejor las escuelas, mejor conservadas, más limpias, cuidadas, con más recursos en becas y entendamos que los maestros y profesores están dispuestos a cambiar dinero por respeto y prestigio social.

Éste es uno de los grandes debates que están pendientes en nuestro país y que nunca encuentran hueco en la agenda de los que lo tienen que impulsar.