M. Hernández Sánchez-Barba
La cátedra de Prima
El fecundo magisterio de Francisco de Vitoria se puso de manifiesto en Salamanca con la emergencia de un grupo de doctores que cumplieron la misión de continuar, ampliar y encontrar nuevas orientaciones a través del hontanar creador de nuevas tendencias científicas, nuevas revoluciones a los problemas del pensar, de modo que se enriquecieron los supuestos esenciales de los saberes. En la vida de los grandes maestros universitarios uno de sus objetivos, quizá el más importante a efectos de continuidad del pensamiento creador, consiste en crear escuela para perfeccionar, enriquecer, abrir nuevas posibilidades a partir de los fundamentos magistrales aportados, alcanzar las más altas cimas, no ya del conocimiento, hasta alcanzar la frontera máxima científica, siempre a través del estudio, la investigación y el diálogo intelectual. La jerarquía del saber palidece ante la apertura por la investigación de nuevos derroteros científicos, el respeto hacia los fundamentos dinámicos y los horizontes del pensamiento proporcionados por la investigación, mucho más si es en equipo.
En rigor, en la formación del conjunto creador de la ciencia, en este caso teológica, escolástica y dominica, es imprescindible tener presente la época y el tiempo medio, que pueden entenderse de similar preparación en la materia de que se trate.
El conjunto creador de la ciencia de la orden dominica nos lleva a un grupo generacional constituido por el dominico burgalés Francisco de Vitoria (1492-1546), Melchor Cano, natural de Tarancón (Cuenca), Domingo de Soto, segoviano (1494-1560), y Bartolomé de Medina, de Medina de Rioseco (Valladolid), profeso en Orden de Predicadores de Salamanca y discípulo de Melchor Cano y Domingo de Soto.
El vínculo que obliga a estudiarlos en conjunto es la Orden de Santo Domingo de Guzmán, la Universidad de Salamanca, la Cátedra de Teología, el Colegio de San Esteban y, sobre todo, el problema de calado universal planteado a la Monarquía y a España entera con el Descubrimiento y Fundación de América; la demostración de la legitimidad del dominio español en el Nuevo Mundo y el refrendo de la legalidad y fundamento jurídico de la obra de España, con la creación de la América Española. Basta con situarlos en la cronología vital para apreciar la importancia en la época de sus estudios e investigaciones. Ahora debe centrarse en la Universidad de Salamanca, en las cátedras de Teología por cada uno de ellos regentada hasta su muerte: Vitoria, catedrático de Teología Prima desde el año 1527, en la que le sucede, también por oposición, Melchor Cano en 1546, que ocupaba la misma cátedra en Alcalá (Complutensis Universitas) desde 1542, y nombrado prior de San Esteban de Salamanca en 1557. Domingo de Soto desempeñó la cátedra de Teología Prima después de Cano. Por último, Bartolomé de Medina profesó en la Orden de Predicadores y fue discípulo de Melchor Cano y Domingo de Soto; ganó por oposición la cátedra de Prima y, por sus investigaciones sobre el probabilismo, tuvo un gran predicamento en la Orden.
Estos cuatro dominicos intervienen en los problemas morales que, derivados del Descubrimiento, pueden concretarse en tres: la legitimidad de la soberanía, derivada del dominio político de España; la licitud o ilicitud de la guerra a los indios, según las teorías derivadas del mundo clásico, en especial de Aristóteles; las relativas a la naturaleza del indio, cuál debía ser el justo régimen en el que vivían. Las obras, escritos y relecciones, conferencias para el público en general interesado en conocer cuáles eran los problemas de gran entidad de la organización institucional y administrativa del mundo americano y, sobre todo, las soluciones que estos grandes catedráticos ofrecían con honradez y lealtad al Estado español. Para ofrecer a la política internacional que en estos eran los asuntos históricos que constituían la preocupación del reinado de Carlos I de España, Emperador V de Alemania (1516-1556). Los catedráticos dominicos de Teología aportaron, mediante investigaciones luminosas, soluciones basadas en la autoridad del «saber de saberes», según se consideraba entonces la Teología.
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