Cristina López Schlichting

La cháchara sobre los refugiados

La Razón
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La cuestión de los refugiados está siendo ocasión para un llamativo postureo. Con el telón de fondo de los sufrimientos de muchos millones de personas, nos permitimos conversaciones triviales. Hay quien cuelga en su vida el cartelito de «Bienvenidos Refugiados» que la alcaldesa de Madrid nos ha colgado en los edificios públicos. Qué fácil hacerlo, cuando España apenas ha acogido a nadie procedente de Siria e Irak. Haga usted eso cuando tiene cientos de miles de personas en las calles de su país. Pero, desde la otra punta, hay quien ha determinado que los refugiados son islamistas peligrosos. Sin más, todos. Una y otra posición son exponente de quienes ven los toros desde la barrera. Hay cuatro millones de sirios desplazados por la guerra de Oriente Medio. No sólo por el Daesh, también por la guerra civil. Conflicto, por cierto, en el que Rusia y Occidente han vendido armas y han tejido y destejido intereses. Esas personas piden asilo, movidas por la necesidad imperiosa y por la certeza de que Europa es un paraíso soñado. Alemania, que ha abierto las puertas, se ha encontrado de repente con que no puede con un millón de asilados. Hay niños que se han muerto de frío este invierno en Hamburgo, por falta de recursos; hay hombres desquiciados que se han abalanzado sobre mujeres occidentales para tocarlas y vejarlas. Hay problemas de albergue. Están creciendo la xenofobia y la ultraderecha. Pero Berlín pide ayuda y nadie dice: «Mándemelos, señora Merkel». Más bien cierran fronteras o miran al horizonte. Y hay quien, además, protesta porque la canciller pida ayuda a Turquía, nación fronteriza con Siria, y por lo tanto con posibilidad de albergar campos temporales de refugiados que puedan volver tras la guerra a sus casas. Qué fuerte. Y qué cínico. Una migración como la que estamos presenciando cambia la historia. Es de razón y corazón acoger al que huye de la guerra y del islamismo. Pero hacerlo entraña responsabilidades. Por eso es indigno perorar sobre los derechos humanos sin arrimar el hombro, sin ayudar a los países que acogen, desde la atalaya de la distancia o el calor de los parlamentos sin este problema. Por eso es despiadado alimentar pensamientos racistas cuando no te has puesto en el pellejo de otro, en la desgracia de los que han padecido matanzas y persecuciones. Hay tres prioridades en este momento. Primera, espaciar la afluencia y regular la entrada de inmigrantes, para poder atender la demanda. Dos, parar la guerra en Oriente Medio. Tres, cambiar los corazones, humanizarlos, recuperar la identidad humanitaria de Europa. La diferencia entre los grandes y los mediocres consiste en la capacidad para hacer de una migración histórica y trágica una oportunidad de civilización. Los mediocres hablan y hablan, los grandes, trabajan. Y hay mediocres en la izquierda y la derecha.