Pedro Narváez

La cirugía de los Pujol

Hasta ahora los cambios radicales en la cirugía estética parecían asunto de capos mexicanos, que a cada rostro sumaban unos cientos de asesinatos, hasta que ya no se sabía quién ordenó las muertes o si realmente la cara es el espejo del alma, que es una vieja y absurda disquisición filosófica desde antes de que el jorobado de Notre Dame se suicidara. Pero la transformación facial de la actriz Renée Zellweger, la encantadora Bridget Jones, nos lleva a pensar si estamos ya tan asqueados de nosotros mismos como para que la evolución humana entre en una nueva fase acelerada para la que no hace falta la intervención genética sino el mero capricho. De haberlo sabido, Oleguer Pujol ya habría pasado por el quirófano, y cuando ayer por la mañana la Policía lo sorprendió en su domicilio, habría soltado un «caballero, usted me confunde con otro, el hombre al que ustedes buscan ya no vive aquí». El clan Pujol sin embargo se presenta como el caso opuesto al de la que fuera estrella de Hollywood porque antes sus rostros expresaban la honorabilidad de Cataluña y hoy enseñan la podredumbre que se esconde tras las esteladas y que la independencia era una excusa para dominar el país como un arma de destrucción masiva. Llegados a este punto, a la «famiglia» del señor Jordi ya no le vale con variar sus rasgos porque para librarse de la Justicia y del escarnio público sólo les valdría hacerse invisibles, como en aquella película en la que el protagonista iba vendado y con gafas de sol para que el espectador supiera que existía. Si es verdad lo que por ahora investiga la Policía, sería tal la caradura que pocos cirujanos plásticos podrían arreglarla, aunque por los miles de millones de los que se habla cualquier carnicero estaría dispuesto a intentarlo.