Cláusula suelo

La cláusula sueño

La Razón
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La narrativa de España se nutre esencialmente de lugares comunes. En realidad, España es un lugar común de liturgias ancestrales, de tradición repudiada o participada y de días marcados en el calendario. Hoy es una de esas jornadas que en político de políticas se diría transversal y vertebradora. Salvo algunos matemáticos del dato y el «big data», ácratas de cerumen y apocalípticos de trompetilla, el personal ha comprado lotería «de navidad». Bueno, el que ha podido, que la lotería de empresa en algunos lugares es patrimonio del que «más chifle». Por eso hay quien inicia la batalla para ganar la guerra de la igualdad. La iconografía del 22 de diciembre no ha sucumbido todavía a los efectos de la compra por internet, al secreto bancario ni a la adquisición masiva por parte de fondos buitre de números y números. Hoy, tras el soniquete en euros, volveremos a escuchar las frases hechas para este día: «Tapar agujeros», «ir tirando», «para repartir»; a disfrutar de la histeria que muestra la fotocopia del décimo; volveremos a contemplar la ingesta a borbotones de cava caliente en vasos de plástico y escucharemos cánticos sin sentido. Las cámaras de televisión y las alcachofas rodearán a los premiados, que serán portada en los periódicos y apertura de los telediarios. Solo falta la sintonía de «El hombre y la Tierra» del gran Antón García Abril. La gran sábana con los premios corre la misma suerte que las cabinas de teléfonos. Pensar que en algún momento de la crisis alguien pensó en privatizar Loterías es como imaginar que alguien puede pensar en la privatización del Museo del Prado. Hay momentos en los que la emoción supera al ingreso y eso hay que ponerlo a salvo de vez en cuando. A las fieras fiscales se les echó ese 20% de los premios y Loterías del Estado, para el Estado. Por eso conviene reconocer con el premio del halago a quienes la legalidad impide la compra de décimos. El aplauso para quien ha sabido mantener y enriquecer esta jordana lúdico-festiva que marca desde la laicidad más prosaica el arranque navideño. Si hay que buscar culpables de que esto siga siendo una fiesta popular con una entrada que da derecho a soñar, a emular a los habitantes del Villar del Río de Berlanga, en mi frágil memoria me salen dos: Inmaculada García y Eva Pavo, que con sonrisa y trabajo consiguen que toda España ande hoy pendiente de unos bombos que giran para que la gran mayoría pueda repetir lo que decía una de las personas más sabias que he conocido, mi abuela Daría: «La mejor lotería, la salud y la economía».