Manuel Coma
La clave es el Senado
Las elecciones pintan republicanas, con algunos indicios contrarios a la tendencia general, de explicación dudosa. Nathan Silver, el príncipe de los estadísticos electorales americanos, el que más acierta, le asigna un 68.5% de probabilidades a que el actual partido de la oposición consiga una mayoría en el Senado, basándose en encuestas publicadas el pasado jueves 30, hechas varios días antes. Puede haber cambios de última hora, pues en esta ocasión el número de los que responden a las encuestas como indecisos es muy elevado. Menos para la Casa Blanca, hay elecciones a todos los niveles, pero el parloteo político se centra en un puñadito de las senatoriales de carácter nacional. Se renueva un tercio de los 100 senadores, con un mandato de seis años, dos por estado, nunca sometiendo a elección a los dos en una misma convocatoria, luego hay 33 estados en liza (más dos por vacantes). Sólo unos diez son realmente competitivos, en los restantes la contienda está cantada. No sólo, para los profesionales y el público politizado es mucho más fácil seguir en ellos las peripecias de la campaña y las intenciones de voto que en los 435 distritos uninominales en los que se divide el país para elegir, cada dos años, otros tantos representantes en la Cámara Baja, sino que su peso político es, obviamente, mucho mayor. De esos diez estados en los que se juega qué partido mande en el Senado, los republicanos necesitan seis victorias netas para tener mayoría de uno, pasando de 45-55 a 51-49, con lo que controlarían las dos cámaras, pues en la baja o Congreso –pero Congreso se llama también, para complicar las cosas, el conjunto de las dos, el Parlamento– su margen es tan grande que sólo está en cuestión si disminuye en algo, lo aumentan un poco –lo más probable– o bastante. Si los republicanos controlan todo el Congreso, Obama, que entiende el consenso como plegarse a su voluntad, no podría imponer su legislación, pero sí vetar la de sus rivales.
El clima general político explica las perspectivas republicanas. El globo de Obama se ha desinflado por completo y sus índices de aceptación están en el 42%. No es el abismal 37% en el que llegó a caer Bush en su peor momento, pero se lo pone difícil a los candidatos de su partido en los estados que no son francamente azules (color demócrata, como el rojo de los republicanos). Aunque por repulsa hacia los conservadores y lealtad al partido y a la persona, Obama sigue manteniendo sus incondicionales, el entusiasmo se ha evaporado. La percepción es de fracaso. No se mencionan en los mitines los asuntos centrales de la Presidencia, como el Obamacare. La principal incógnita está en si los indecisos se inclinarán por la oposición o le harán un favor al poder absteniéndose.
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