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La competencia

La Razón
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En 1989, a Pedro Delgado se le fue le santo al cielo y el Tour al infierno porque, mientras calentaba en la inopia, tan abstraído estaba que no escuchó su nombre por megafonía. Salió con 2:40 de retraso y perdió el primer día una carrera que tenía en las piernas. Ni los adversarios ni la conciencia le dieron cuartelillo. La noche de autos perdió más de un kilogramo de peso mientras (no) dormía. La competencia es inmisericorde, tan inhumana que no admite fallos ni debilidades. La España sub’21 no acertó a hincar el diente a los alemanes y lo pagó caro. Desde el banquillo no hubo respuesta a la desazón, la impotencia y el descontrol, y esta generación súper, a falta de soluciones, tuvo que conformarse con el subcampeonato europeo. El mejor jugador del torneo, Dani Ceballos; la Bota de Oro, Saúl. Uno y otro van a durar en el Betis y en el Atlético, respectivamente, lo que quieran ellos o los capitostes del mercado. En el caso del rojiblanco hay una doble intención en su captura, descapitalizar a su equipo, un contrincante más en la lucha por los títulos domésticos y continentales.

La competencia forma parte de nuestras vidas y de lo cotidiano. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, o el agua del Manzanares por Madrid, que viene a ser lo mismo, LA RAZÓN aparece en los medios «rivales» más que Cristiano en la Prensa deportiva. Es un periódico competidor, con una cuota de mercado que no pasa inadvertida para el buitreo. Perro sí que come carne de perro, no hay piedad ni contemplaciones, aunque del pastel de antaño apenas quedan migajas. A Perico le venció un despiste y le ganó la competencia, ésa que, liderada por Quintana, Contador y Porte, perseguirá a Froome hasta el catre, si es preciso.