Restringido
La cruz y la rosa
Casi cuarenta años después del establecimiento de la democracia en España, continúa el conflicto entre los socialistas y la Iglesia. Las principales desavenencias giran en torno al modelo educativo, la enseñanza de la religión en la escuela y a las leyes que afectan de lleno al modelo de familia y a la moral familiar. El problema de fondo es el papel que corresponde a la religión y a la Iglesia en un Estado laico y en una sociedad cada vez más secularizada y al papel que corresponde al Estado en la conformación de comportamientos y hábitos morales o de creencias en esa misma sociedad. Tanto el poder eclesiástico como el poder socialista han pretendido imponer a todos sus pautas de comportamiento moral. El caso es que en todo este tiempo no se ha logrado un gran pacto educativo ni un pacto ético entre la España católica y la España laica. Ni la Iglesia ni los socialistas han conseguido superar del todo los recelos mutuos y la desconfianza originada por los enfrentamientos del pasado. El PSOE sigue aferrado a ese pasado, cree a lo sumo que la religión es una asunto privado sin repercusión social alguna y no ha conseguido aún tener una política religiosa moderna. No sale de la tosca defensa del laicismo en una sociedad muy compleja, que no ha perdido la memoria histórica, y del decidido intento de arrinconar a la Iglesia en la sacristía.
En esa línea ya trillada y que viene de lejos abunda el nuevo dirigente socialista, Pedro Sánchez, que se presenta a las próximas elecciones con el propósito de revisar los Acuerdos con la Santa Sede, suprimir la religión en la enseñanza tanto en colegios públicos como privados, desamortizar bienes eclesiásticos, suprimir los ritos religiosos en los actos oficiales, establecer una nueva ley de libertad religiosa, etcétera. En resumidas cuentas, según Sánchez, es una prioridad reformar el Estado para convertirlo en laico, porque esto es lo que más preocupa a su generación. ¡Asombroso! Eso sí, asegura que eso no va contra las creencias de nadie, faltaría más, ni pretende descristianizar España. Sólo lo parece. Hay que agradecerle que muestre sus cartas –casi las únicas que ha enseñado– para que nadie se llame a engaño. Es su propósito convertir el Estado aconfesional, que es lo que establece la Constitución, con «las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica» (artículo 16), en Estado laico «a la francesa». El conflicto entre la cruz y la rosa está servido. Los católicos ya saben a qué atenerse el día 20 de diciembre.
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