Enrique López
La economía de San Agustín
El concepto de paradigma se utiliza para hacer referencia a algo que se toma como modelo digno de seguir, y en economía se utiliza para definir el modelo económico, y por ello nos hablan de en la actualidad de un cambio de paradigma. El modelo actual en el mundo es lo que se denomina neocapitalismo, y se desecha el término postcapitalismo, ya que parecía estar inspirado en la idea de que el capitalismo ha terminado, entrando en una etapa posterior a él, pero si algo define al nuevo paradigma es su esencia capitalista. Superado el comunismo y la economía dirigida, incluso países como China, determinado por aquel sistema, evolucionan hacia este nuevo modelo capitalista. Ésta es la realidad a la que se enfrentan las fuerzas políticas que se pueden denominar neocomunistas, las cuales aspiran a transformar la sociedad para recrear el antiguo modelo comunista, pero esta vez, como vaticinó Marx, en el seno de la economía capitalista, arrumbándola y transformándola, algo intentado en Venezuela, y ya sabemos en qué se ha traducido, pobreza unida a una perversa y grosera limitación de los derechos fundamentales. En una sociedad avanzada como la nuestra, el sistema económico se basa en la lógica capitalista de búsqueda de mayores beneficios, no pudiendo abandonar el aspecto del lucro como centro de toda actividad, a la vez que se requiere de un aumento de la productividad del trabajo y el capital, obteniendo cada vez mayores ganancias tanto de la inversión productiva como de la especulación financiera. Este círculo sólo se puede cerrar con algo que es esencial, el consumo y muchos consumidores; si dejamos de consumir, si todos nos volviéramos austeros, el sistema quebraría. Con un sistema fiscal progresivo, se garantiza que a mayor actividad y con mayores beneficios se obtienen mayores ingresos públicos, necesarios para mantener un adecuado Estado del Bienestar, que se basa en un necesario principio de solidaridad, para así poder repartir la riqueza y transformarla en la prestación de servicios públicos, y atenciones a las necesidades básicas de todos. El sistema así planteado no suena mal, pero un exceso en cualquiera de sus derivadas lo pone en peligro, un exceso de impuestos desincentiva la inversión y producción, un excesivo egoísmo en la búsqueda de beneficios lastra la solidaridad y genera corrupción, y un retraimiento del consumo empobrece el modelo y se recauda menos, poniendo en riesgo el Estado del Bienestar. Algunos han augurado el fin de este último, puesto que, al competir en un mundo globalizado, Europa, con su Estado del Bienestar, lo hace en inferioridad de condiciones, y lo acabará pagando; ante ello, parecería que la solución es limitar el gasto público para evitar su aniquilación. Europa se encuentra ante un reto que pone en cuestión su propia supervivencia tal cual la conocemos ahora, y para ello hacen falta políticos con visión de Estado y sobre todo, de futuro, capaces de superar el individualismo y comprometerse en la búsqueda de pactos estables. Como decía San Agustín, «es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él. Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta».
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