Alfonso Ussía
La empresa
Se lo pregunté con mucha admiración y juventud en mi mochila a don Santiago Bernabéu en el último tramo de su vida. –De todas las delanteras del Real Madrid ¿cuál es la mejor de todas?–. Y no lo dudó: «Domínguez, Calderón, Di Stéfano, Saporta y Muñoz-Lusarreta». Cuatro directivos y un futbolista. –Claro –remachó–, que si alguno se lesiona, ahí están Pancho Puskas y Paco Gento, y no te olvides de Pirri y Amancio–.
Bernabéu se rodeó de directivos que cubrían sus carencias. La inteligencia nace de la capacidad de saberse rodear. Quien nutre su entorno de mediocres, es más mediocre que sus mediocridades. Creo que Bernabéu se asustó con la tormenta económica que se cernía sobre el fútbol. Pero invirtió en organización. Disolvió las secciones que nada aportaban, construyó el estadio que hoy lleva su nombre, mantuvo el baloncesto con visión de futuro y principió la edificación de la gran empresa. Lo que hoy es el Real Madrid, el mejor club del siglo XX, según la FIFA. Un gran club y una monumental empresa presidida por un empresario. Cuando en 1991 disputé las elecciones a la presidencia del Real Madrid a Ramón Mendoza, y perdí obteniendo el 42% de los votos, comprendí que me tenía que sentir feliz. Conseguí que el bueno de Ramón entendiera que el Real Madrid no era de su propiedad. Y me alegré por mí, por mi familia y sobre todo, por el Real Madrid. Esa dimensión económica que Bernabéu vislumbró ya había llegado, y mi incompetencia en la administración era clamorosa.
Bernabéu era de Almansa, manchego, castellano y madrileño. En Castilla, el dinero cuesta mucho ganarlo y se trata con mucho respeto. Murió sin un duro, después de ser durante más de treinta años el presidente del club deportivo más importante y rico del mundo. Rico gracias a su organización. Se le atribuyen –yo mismo–, errores y desaciertos deportivos a Florentino Pérez, pero creo que es el presidente que está llamado a culminar la obra de la gran empresa que soñó y temió Bernabéu. El Real Madrid es en la actualidad una organización empresarial perfecta. Y alejada de los escándalos económicos y financieros que protagoniza, un año sí y el otro también, su principal rival deportivo, que es más que un club, pero no lo parece.
El Real Madrid, de tener fallos empresariales, sólo afectan al Real Madrid. No hieren ni rozan con la Justicia ni con Hacienda. Un fallo empresarial es haber premiado un deber con un contrato inmerecido a un futbolista tan poderoso como absurdo llamado Sergio Ramos. Es una opinión, no un dogma. Pero el beneficiado o perjudicado sólo es el Real Madrid. Su contrato es legal y sus obligaciones tributarias llegan a Hacienda como las del resto de los jugadores y empleados del Real Madrid. No hay grietas en la organización.
En el otro club, su futbolista fundamental ya ha sido condenado a veinte meses de cárcel por defraudar a la Hacienda Pública, y su segundo futbolista mediático se sentará próximamente en el banquillo –no en el de los reservas del «Camp Nou», sino en el de los empapelados–, acusado de corrupción entre particulares y estafa impropia. Neymar ya había llegado a un acuerdo con el Real Madrid. Lo que ignoraban los representantes del Real Madrid era que, para disfrutar del buen fútbol de Neymar, después del primer acuerdo se imponían otros que chocaban directamente con la transparencia empresarial. Comisiones, mimos familiares y demás canonjías.
El otro club es también una gran empresa, querida y admirada en España y el mundo, aunque inmersa voluntariamente en un proceso político independentista que distrae su objeto social. Pero es una empresa que falla en su organización, porque se ha desarrollado en la opulencia y brillantez deportiva, que no en la organización.
Y está siendo investigado en lo administrativo, deportivo y político, por la UEFA y por la Justicia. Su organización, más mediterránea que castellana en el respeto al dinero, no se antoja ejemplar. Mascherano, Messi, Neymar...
Si yo fuera Florentino Pérez organizaría en la sede del Real Madrid un curso –o «máster», que suena mejor–, de eficacia en la administración de grandes empresas deportivas. Y por supuesto, admitiría la presencia, previo pago de las respectivas matrículas, de los administradores del club rival. Resultaría interesante.
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