José María Marco

La entrevista

La entrevista clandestina y al fin publicitada de Rodríguez Zapatero con Pablo Iglesias corrobora lo que hemos dicho en estas páginas desde el arranque de la apoteosis de los nuevos populistas: que entre el Partido Socialista y Podemos no hay ruptura ni corte. Lo que hay es continuidad ideológica y política. Que la entrevista se haya celebrado en la casa (no será un escenario humilde) de José Bono añade un matiz. Y es que los compañeros politólogos no continúan sólo el zapaterismo, que al fin y al cabo, para las personas de muy buena voluntad, puede ser entendido como una ruptura izquierdista de la tradición socialista. Lo que los compañeros politólogos vienen a continuar es también la veta más caciquil y populista del socialismo español.

Bono y Rodríguez Zapatero son conocidos por su afición a la maniobra política. Pocos políticos en nuestro país han llevado tan lejos la deshumanización de la política, su abandono de principios morales muy básicos que a los demás, los que no somos políticos, ellos mismos nos exigen que respetemos en nombre de la ejemplaridad. Iglesias y su compañero habrán recibido por tanto una lección de maquiavelismo práctico por dos de los maestros del género, que superan con mucho el ámbito puramente teórico del pensador florentino, que tanto les gusta citar.

Nos vamos dando cuenta así de lo que Podemos quiere representar, y de la posición que aspira a tener en el paisaje político español. Quieren ser, como ellos mismos han dicho, los sucesores del legado del PSOE. No compiten con un partido: compiten con el PSOE por el alma del socialismo español, y la entrevista confirma que no andan del todo errados en el cálculo. Ahí están, para avalarlos, los más conspicuos representantes del gran populismo socialista y del gran izquierdismo socialista postmoderno.

La situación en la que quedan los socialistas no representados –por así decirlo– en la entrevista es algo desairada. Los unos, es decir el aparato con Susana Díaz a la cabeza, porque parece que se limitan a defender sus intereses oligárquicos. Los otros, es decir Pedro Sánchez y su liderazgo sin aparato, porque parecen estar fuera de juego. En el corto plazo, la posición de los primeros parece la más sólida. A medio y largo plazo, en cambio, la de Pedro Sánchez podría ser más fructífera. Claro que para eso debería atreverse a romper con las tradiciones de su partido, a punto de reencarnarse en Podemos, y presentarse como la renovación.