Política
La equidistancia
El equidistante piensa tal vez que en lo moral ha ganado el cielo. No hay buenos ni malos sino que reparte las culpas hasta que su infierno se llena y se desborda. No hay nada mejor que sentir que se puede volar sobre las margaritas sin tener que deshojarlas. A la hora de echar las culpas sobre un posible adelanto electoral, políticos y periodistas nos alejamos con la mirada interesante como lo haría un miope para cargar sobre unos y otros en la suave balasera de uno de esos reguetones de este verano. Repican que Rajoy no ha sabido conseguir más apoyos (a seis de la mayoría absoluta, diríase que no está mal aunque el resultado sea yermo y seco como una avellana en el albero) y que Pedro Sánchez persiste en el bloqueo. La objetividad no es contar lo que parece que ha ocurrido, sino la verdad, si es que ésta se conoce como es el caso. Es moralmente inaceptable que se defienda que todos son payasos cuando hay un jefe de pista, un domador de leones y sí, unos bomberos toreros que igual son al final los que nos gobiernen. Que vayamos a unas terceras elecciones tiene en estos momentos un solo protagonista: Pedro, el que seguirá negando hasta que el gallo cante tres veces. El que diga lo contrario o nos maree en su noria, miente a sabiendas. Sánchez posee el veneno y el antídoto. No convence ninguno de los argumentos que distrae la culpa. La situación es tan grave y las consecuencias sociales y económicas tan grandes que, ahora sí, deberían florecer iniciativas para nombrarlo persona non grata. Más daño hace Sánchez que el supuesto perjuicio que causó Rajoy a la ría de Pontevedra según aquel pleno ridículo del ayuntamiento gallego. Sánchez es el maltratador de una nación paralizada. Él, que tanto usa en vano el término sufrimiento. Y sin embargo, Pedro se mueve sin que los altavoces llamémosle autorizados le indiquen que la carretera está cortada y que si quiere embarrarse lo haga solo pero que no nos incluya en el derrape. La equidistancia es el pecado de esta era líquida que inventa bálsamos hasta para las falsedades más canallas. La calle Génova estaría sitiada si por seis votos a los populares les hubiera ocurrido persistir en el adverbio «no». Cualquier día de sesiones en el Congreso faltan no seis sino sesenta diputados. Abandonen la equidistancia cuando el líder socialista se atreva a pedir la cabeza de Rajoy, ay, ese día, o enarbole una alternativa más o menos creíble. Cuando el propio presidente ofrezca, tal vez, como ya hizo Sánchez en la legislatura anterior, someterse a una moción de confianza en dos años antes de una eventual retirada. Si los del PSOE se atreven a cortarle la cabellera. En fin, cuando se plasme alguna de las teorías que circulan entre los platos de las comidas de estos días, si es que llegan a hacerse realidad. Mientras tanto, el único culpable es el jefe socialista, el líder del morenómetro nacional. Para cualquiera de estos escenarios nos aguarda un mes de minutos musicales, un agosto en septiembre, una Cataluña en llamas. Hasta entonces, lo miren de cerca o de lejos, que arda Pedro.
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