José María Marco
La esencia del catolicismo
La actitud de Benedicto XVI tenía algo de universal. Era la actitud sabia, erudita y benevo lente propia de los benedictinos y característica de los espíritus, muy escogidos, que saben conciliar el saber, la ética y el mundo. Benedicto XVI nos ha ofrecido a su modo, en tono casi menor, lo que ha sido el último reflejo de la cultura europea, una gran cultura sofisticada, cosmopolita y tolerante que está dejando de existir. Los libros, en particular los últimos dedicados a la exégesis y la reflexión sobre la vida de Cristo, son también un reflejo, conmovedor y luminoso, de ese mundo que se acaba. Sólo por eso, veneraremos el recuerdo de Benedicto XVI durante todo lo que nos queda de vida.
También fue el Papa del Concilio Vaticano II. Joseph Ratzinger supo ver entonces que la Iglesia católica tenía que reconciliarse con la modernidad. Debía volver a ser la Iglesia universal, abierta a todos, que celebrara de forma inteligible y concreta la dignidad del ser humano, el mismo ser humano en el que Dios se había encarnado para manifestar su amor y su misericordia a toda la humanidad. Como vivimos en un mundo hiperpolitizado, solemos olvidar el significado de fondo de un gesto como aquel. Además de acabar con una historia de incomprensión, aquello abrió el catolicismo a lo que entonces todavía no estaba del todo claro y que hoy constituye nuestra realidad más profunda: la libertad para decidir, a un cierto nivel, nuestra vida. Es posible que la Iglesia católica no haya sacado todavía todas las consecuencias que se derivan de aquel paso gigantesco, tan profundamente inspirado en los Evangelios y en la palabra de Dios.
Benedicto XVI, por su parte, sí que se esforzó por sacar algunas de esas consecuencias. De ahí deriva su preocupación por la evangelización. Lejos de devolvernos a épocas periclitadas, la evangelización que propuso era la forma en la que el catolicismo –el catolicismo eterno- volvía a estar en el mundo: como la invitación a una decisión consciente, una respuesta adulta a la llamada a la vocación y al servicio que el Espíritu hace a todos y cada uno de nosotros. La libertad, claro está, es la base de todo. La seriedad y la dignidad con la que Benedicto XVI puso a los católicos ante su misión y su presencia en el mundo tienen hoy este capítulo penúltimo de la retirada. Era lo propio de quien ha dado ejemplo de discreción y de capacidad de decisión hasta en el momento más difícil.
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