Política

La España olvidada

La Razón
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Mi pueblo está de moda. En unos días ha salido en televisión y en la prensa nacional. Tratándose de un pueblo deshabitado, la cosa causa extrañeza. El evidente interés suscitado no es por el repentino descubrimiento de la belleza pintoresca de las ruinas, entre las que destacan las de la iglesia; ni siquiera por su enclave privilegiado al pie de la Alcarama, desde donde se abre una amplia panorámica, ni por el castillo celtibérico, del que no queda más que el nombre y un cerro pelado; ni por el baño de luz purísima que envuelve el caserío. Tampoco favorece el acceso al lugar el camino sin asfaltar que asciende entre ribaceras de aulagas y tomazas desde el puente de San Pedro. Las tainas de la entrada, que representaban el característico pasado ganadero, aparecen convertidas en cantarrales para refugio de las alimañas del campo. Ni siquiera existe el pueblo en los registros oficiales desde que se murió el pobre Aurelio, el último vecino, el 23 de abril de 1979. En realidad, el pueblo había muerto el día que el Estado compró las tierras y los montes para plantar pinos. ¿Entonces? Pues lo que levanta el interés y la admiración de propios y extraños es el empeño de los que se fueron y de sus hijos en volver a levantar el pueblo, que está resurgiendo de sus ruinas, su valerosa actitud de resistencia a la muerte.

Aunque no es un caso singular, lo que ocurre en Sarnago tiene un cierto valor simbólico. El final de la civilización rural no debe llevar necesariamente aparejada la desaparición de los pueblos, sino su transformación conservando sus valores antiguos. Algo se está moviendo en la España olvidada. Aunque los políticos no se hayan enterado todavía, el grito de la España vacía empieza a resonar con fuerza y ya lo oyen en Europa. El escandaloso desequilibrio demográfico no ha merecido ni una mención en los largos y tediosos debates parlamentarios, siendo uno de los grandes problemas nacionales. Pero empieza a abrirse paso en la más joven y brillante generación de escritores: Jesús Carrasco, Manuel Astur, Mireya Hernández, Fermín Herrero, Iván Repila, Manuel Darriba, Lara Moreno, Ginés Sánchez, Sergio del Molino... ellos columbran el futuro. La «literatura rural» –«el grito de la tierra» que dice el papa Francisco– está de moda. Acaso por eso esté también de moda Sarnago, mi pueblo.