Historia

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La estupidez en lorquino

La Razón
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Por motivos que no son al caso, he estado este pasado fin de semana en Lorca, el municipio más grande de España (que no es capital de provincia), donde se puede apreciar una de las plazas históricas más bellas de nuestro país, con un Ayuntamiento construido entre los siglos XVII y XVII, y la antigua colegiata de san Patricio, arquitectura del Renacimiento de 1533, que proporcionan a quienes la visitan un marco de belleza extraordinaria. Ambos han soportado con firmeza el terremoto acaecido en 2011. Aparte de su gastronomía, la construcción de muchos de sus edificios verdaderamente elegante, el hermoso castillo, hoy Parador Nacional, con unas vistas impresionantes y una gastronomía apetecible en cuyo restaurante se disfruta

–además– de un servicio exquisito, de los lorquinos (gente amable y tranquila, a veces demasiado tranquila) y de su Semana Santa (única en el mundo), esta zona nos ofrece unas peculiaridades léxicas dignas de mención. No solo por su acento, entre murciano y andaluz, de difícil clasificación, sino por su gracejo, el español de esta zona se alimenta de voces que, cuando menos, al visitante primerizo le llaman la atención. Por ejemplo, ese plural que se hace sin la ese final y abriendo mucho la boca, porque la ese, tanto implosiva como la de final de palabra aquí tienen su ADN especial; ese tono áspero y, a la vez, dulcificado, al que te acostumbras al poco de llegar a la ciudad; y esas palabras con sabor a tierra, sudor, esfuerzo e historia. Unas, por ejemplo, que recuerdan su parentesco con el castellano: sinfustá (sin fuste), que se aplica con una pericia inigualable: por ejemplo, cuando Pablo Iglesias dice que en España hay cuatro naciones (la Vasca, la Catalana, la Gallega y España), mi suegra espeta sin vacilación: «Eso é una sinfustá», lapidario, sencillo e irrebatible. Otras muy suyas: ¿les apetece que quedemos en el pico esquina?