Alfonso Merlos
La familia comunista
¿Quién dijo que la izquierda extrema no creía en la familia? Creen. ¡Y mucho! Sobre todo cuando la institución es financiada con el dinero de un contribuyente al que impúdica y clamorosamente se ha engañado. Porque los enchufes en el Ayuntamiento de Barcelona son el síntoma de una estafa que están consumando los paisanos de Podemos y sus franquicias cuando ni siquiera han empezado a gobernar.
Claro. Ya sabemos cómo se las gasta la propaganda antisistema. Y lo que hasta hace cuatro días eran nombramientos intolerables de una casta enferma de clientelismo, ahora son decisiones perfectamente razonadas, injustamente golpeadas por esos viejos políticos que en teoría no asumen sus derrotas. ¡Tendrán cara!
Pero no. Los razonamientos de parvulario y las excusas de todo a euro carecen de recorrido y fundamento cuando intentan penetrar en una sociedad cada día más exigente con sus representantes.
Por eso hay una opinión pública en la que en pocas semanas está cristalizando el descaro, el fariseísmo, la burla, la falsa humildad y la dudosa vocación de servicio a los demás que tienen los que en sus primeros pasos parecen dispuestos a servirse a sí mismos.
No es que se les empiece a ver el plumero. El rostro de este populismo de aires tropicales que pregonan y promueven la hoy regidora de la Ciudad Condal y demás tropa filo-bolivariana es el único que tienen. Aquí no hay caretas que se hayan caído. Obran según piensan.
Se creen en posesión de los supremos criterios que delimitan lo que es ético o corrupto, democrático o intolerable. Son los abanderados del pensamiento único. Por eso banalizan, desprecian o reprimen la crítica legítima. La que se están ganando a pulso con sus iniciáticas fechorías.
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