Julián Redondo
La gran emboscada
En el supuesto de que el domingo Dumoulin aventajara a Fabio Aru en 3 segundos, la última etapa de la Vuelta no sería un paseo. No va a ocurrir. Antes del desfile por la Castellana hay terreno para quebrar la delgadísima línea roja que separa al italiano del holandés, que tiene menos equipo que Macedonia, pero resiste el tío. Cual si fuera el parte meteorológico, la descripción de los tres días del cóndor –seguro que volarán los buitres sobre la chichonera del líder– será algo así: complicaciones en Riaza, nubes y claros con efectos eléctricos en la cuesta final de Ávila y tormentas generalizadas entre San Lorenzo de El Escorial y Cercedilla, la jornada más propicia para las emboscadas.
En 1989 LeMond ganó en París el Tour del despiste de Perico. En la contrarreloj de 24 kilómetros destrozó el sueño de Fignon por 8 segundos. El ADR de LeMond era tan flojo como el Giant de Dumoulin, pero jugó la baza el último día, no a falta de cuatro etapas. Y Purito quiere guerra. Aru tampoco se cruzará de piernas y Valverde y Quintana, sin olvidar a Majka, intentarán complicar la existencia al líder de la revolución de los tulipanes, obligado a buscar aliados. Dumoulin es muy bueno, pero le esperan noches en vela y días de fuego. Purito no se resigna a no ganar una grande; a 1:15 del holandés, sueña con esta Vuelta. Morirá matando. Tiene 36 años, uno más que Valverde y dos más que Contador. Joaquín y Alejandro ya están en primera línea de playa, se les acaba el tiempo; Alberto les sigue algo más allá. El ciclismo español se reduce a ellos, salvo que Landa y Jesús Herrada, 25 años cada uno –Dumoulin, 24–, opinen lo contrario. Si quedan fuerzas, hay terreno. Más que sucesores.
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