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La gran migración de Kenya

La Razón
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El ser humano es un animal gregario, necesita de los demás y se organiza socialmente de maneras diversas que representan distintas expresiones de la vida en comunidad. Las normas de convivencia representan la regulación legal o moral de las obligaciones que cada individuo tenemos con los demás y tienen como objetivo que sea posible la civilización.

El respeto a las personas, a los lugares, a las cosas, intentar ser amable, educado o aceptar a todos sin discriminación alguna, son manifestaciones de normas de urbanidad en la búsqueda de la supervivencia del propio individuo.

La escuela tiene un peso importante en la educación de los niños, pero no es el fundamental. La referencia familiar, el núcleo de amigos, la exposición a medios de comunicación como la televisión, a redes sociales y al complejo universo que es hoy la realidad cotidiana, son determinantes.

En múltiples ocasiones te puede costar caro dejar que siga delante, en un carril de incorporación, un vehículo despistado o no ser suficientemente rápido cuando el semáforo se pone de color verde. La pitada suele ser descomunal y además es probable que vaya acompañada de insultos. En no pocas ocasiones una intermitencia no pulsada adecuadamente acaba en el juzgado de primera instancia o con un policía tomando los datos de los conductores.

Hay a quien parece que el mundo le estorba, quien por unos minutos olvida que somos grupales y necesitamos a los demás tanto como a nosotros mismos. No hemos olvidado las imágenes, en pleno siglo XXI, en la Europa de la pátina humanista y solidaria, de aquellos aficionados al fútbol holandeses que lanzaban monedas al suelo para disfrutar con la humillación de unas mujeres mendigas rumanas.

La última muestra de la torpeza también ha tenido como marco un encuentro deportivo: una pelea que han protagonizado los padres de unos niños que disputaban un partido de futbol.

Más de veinte adultos saltaron al terreno de juego entre gritos, insultos, puñetazos y patadas continuas. Varios grupos provocaron algunos heridos y distintas denuncias. Todo esto el pasado domingo, en la celebración del «día del padre».

El acceso a la información es mayor que nunca, los niveles académicos baten récords año tras año, pero la pérdida de valores sociales es preocupante. El «bullying» en los patios de los colegios, las agresiones de adolescentes o la virulencia en los 140 caracteres de Twitter que evacuan muchos adultos, son los indicadores de que algo hay que hacer.

La vida puede ser interpretada como una jungla humana en la que sólo sobreviven los más fuertes y los demás son competidores y por tanto amenazas o con un prisma tribal, en la que el resto de miembros de la comunidad son una oportunidad.

Los fuertes pueden ser aquellos capaces de infringir dolor o aquellos que son capaces de soportarlo. El éxito puede girar en torno al valor dinero o a la educación que eleva nuestro horizonte vital.

Se puede discutir mucho en programas y tertulias de radio y televisión sobre cuál debería ser el contenido de un pacto educativo, pero de nada servirán los esfuerzos si no se cambia la escala de valores por una nueva en la que el individualismo se desplace en favor de lo colectivo, se eduque para vivir como conciudadano y la supervivencia no sea una cuestión de rivalidad, sino de cooperación.

En la gran migración de Kenya a Tanzania, cuando millones de cabezas de ñus, antílopes y cebras cruzan el río Mara, lo hacen en manada para que los cocodrilos puedan capturar al menor número de presas. A veces, los animales nos dan lecciones que a los humanos nos cuesta aprender.