José Antonio Álvarez Gundín

La lista de Snowden

España no aparece en la «lista Snowden» de países espiados por Estados Unidos. No sé si es bueno, si es malo o si es pésimo. Sí figuran Alemania, Francia, Italia, Grecia y 38 embajadas. Que hayamos quedado al margen puede deberse a que nuestro Gobierno de entonces (de 2007 a 2010) carecía totalmente de interés para la Agencia Nacional de Seguridad o bien a que ésta tenía ya tanta información por los cauces habituales que resultaba ocioso pinchar teléfonos y piratear ordenadores. Las dos opciones son poco halagüeñas. Sin embargo, en la lista del espía infiel tampoco figura Gran Bretaña, lo cual animaría a pensar que tanto el MI6 británico como el CNI español tejieron con gran eficacia unas redes impenetrables incluso para los poderosos servicios secretos norteamericanos. La hipótesis es reconfortante, pero de difícil digestión en un país donde una simple agencia de detectives salvajes, Método 3, ha causado más estragos con una «chicharra» en un florero que el Pentágono con toda su constelación de satélites. La explicación más plausible es que España no es ajena a ese Gran Hermano montado desde Washington con probable apoyo de Londres. En la guerra global contra el terrorismo y las mafias, ya sea contra ETA, contra Al Qaeda o contra los carteles de la droga, nada es gratis y de todos se espera leal colaboración; hoy por ti, mañana por mí. Y los españoles debemos no poco a la inteligencia norteamericana, tanto frente a la conjurada amenaza del norte como a la emergente del sur. Es de ingenuos suponer que España se basta y se sobra para neutralizar el yihadismo o para yugular el narcotráfico, fuente de financiación del terrorismo. Si ha habido excesos en las labores de espionaje, Obama deberá pedir excusas y los jueces deberán castigar a los culpables, pero en asuntos de seguridad, cuanto menos hipocresía, mejor.