Ángela Vallvey
La Mancha
Existen innumerables rutas posibles para el viajero en tierras manchegas, no sólo aquellas por las que se extravió don Quijote a causa de las nieblas de su entendimiento. En Campo de Criptana no hay más sombras que las que proyectan los molinos harineros de viento, desaforados gigantes con quienes pensó el caballero hacer batalla, y quitarles a todos sus vidas. La llanura manchega, antaño dedicada al cereal, hoy está salpicada de viñedos. Las calles del pueblo empedradas, de casitas blancas con teja árabe y zócalos de color añil, harán las delicias del visitante.
El Castillo de Peñarroya, con sus torres y almenas de cuento infantil, se alcanza entre acueductos y veredas, encinas y monte bajo. Refleja su figura desafiante en las aguas tranquilas del embalse. Según la leyenda, el capitán Alonso Pérez de Sanabria conquistó el castillo al moro Al le-Ilec, y luego pensó ajusticiarlo; el moro le propuso cambiar su vida por un tesoro: la imagen de la Virgen de Peñarroya.
El pueblo de Ruidera puede servir para iniciar el recorrido del Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, un maravilloso espectáculo de verdor, agua, aves y especies autóctonas; eso sí: cuando el agua no ha sido tacaña en la época de las lluvias.
En Argamasilla de Alba se dice que concibió Cervantes la escritura del Quijote. La creencia de que la idea fue forjada en la cárcel de Argamasilla se basa sólo en la tradición y en las conjeturas sobre una observación hecha por Cervantes en el prólogo. Sea como fuere, puede visitarse allí, en la Casa de Medrano, dicha celda, y admirar un pueblo encantador, atravesado por el Gran Canal del Priorato.
El camino hacia Tomelloso corre entre olmos y pinos salpicados de moreras. Es una ciudad con las entrañas fermentando vino. Un vino que cada año sabe mejor.
✕
Accede a tu cuenta para comentar