Alfonso Ussía

La medición

Nada hay de fantasía o ficción en esta pequeña historia. Pasamos por una época que necesita de sonrisas que sobrevuelen a las asperezas, los insultos, las injusticias y las desesperanzas. Tengo el testimonio escrito de don Rafael Ruiz González, hermano de uno de los protagonistas del hecho histórico que hoy hago público. Y califico la revelación de histórica, porque al contrario de tantas y variadas invenciones que nutren la irrealidad de los nacionalismos, este cuento sucedió tal y como voy a contarlo. Ignoro si han leído las aventuras de Don Camilo y Peppone de Giovanni Guareschi, en su pequeño pueblo a orillas del Po, con su párroco invencible, su alcalde comunista y el Cristo crucificado que limaba las aristas de una relación sostenida por la rivalidad. Eran los tiempos inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El «Pequeño Mundo» de Don Camilo, tan pequeño que era inmenso, inabarcable, tan real como esta historia narrada por un castellano antiguo de Aguilar de Campóo, norte de Palencia al límite de la Montaña de Cantabria. Esa gente altiva, noble, seca y dura de nuestra Meseta.

Don Gregorio Ruiz González, al que llamaban «Goyo», fue un padre jesuita que coincidió con el también seminarista Javier Arzallus en el Seminario de la Compañía de Jesús de Offenbach, un barrio de Frankfurt. Cursaban los dos los últimos estudios de Teología previos a su ordenación y su Cantamisa. Don Gregorio falleció en Dueñas, sur también de Palencia en 1968, pero su hermano don Rafael guardó celosamente su memoria.

En la habitación de don Gregorio, «Goyo», se reunían los sábados los seminaristas españoles para dar buena cuenta de los paquetes de comida que les enviaban sus familias desde sus lugares de España. Don Javier Arzallus, que en aquellos tiempos no se hacía llamar ni firmaba Xabier Arzalluz, no se perdía ninguna reunión sabatina. Ya le daba por establecer diferencias, pero en tono amable y amistoso. En una de esas tertulias surgió el asunto. «Vosotros, los maquetos castellanos, tenéis el RH positivo, la cabeza pequeña, como un cerillo, y mucho culo, mientras que en nosotros, los vascos de verdad, el RH es negativo, la cabeza grande y el culo más pequeño. Por eso nos movemos mejor y con más elegancia». Don Gregorio le informó que ellos, los Ruiz González de Aguilar de Campóo, padres y hermanos, tenían todos el RH negativo sin ser vascos. «Goyo» medía más de 190 centímetros, y su cabeza, después de pasar por el metro de hule, aventajaba en perímetro a la de Arzallus con holgura. Y llegó el momento del culo. «Javier, levanta tu sotana. Bien. Los calzoncillos, abajo. Perfecto. Procedo a medirte el pandero. En efecto es pequeño y escurrido. Enhorabuena. Tienes culo de vasco de pura raza».

Arzallus, satisfecho, se propuso medir el culo de «Goyo». Tenía una victoria parcial en su mano. Posteriormente se supo que Javier Arzallus tiene el RH positivo, pero en aquellos tiempos no se le concedía racista importancia al grupo sanguíneo de las personas. Hoy se sabe que en el Sahara el porcentaje de negativos en su RH es mucho más alto que en las provincias vascas. Pero tampoco importa para esta historia. Ahí estaba Javier Arzallus con el metro en la mano dispuesto a medir el culo al seminarista de Castilla la Alta, cuando éste se dirigió a su compañero de Azcoitia. «Javier. Los vascos y los castellanos nos diferenciamos en una sola cosa. En que los vascos se dejan medir el culo por los castellanos, mientras que no ha nacido todavía el vasco que le mida la retambufa a un castellano maqueto. En lo demás, somos iguales».

Sucedió en Offenbach, barrio de Frankfurt An Main, cuando aún la broma y la sonrisa entre los españoles eran más importantes que las distancias y los desafectos.