Cargando...

Cristina López Schlichting

La memoria

Hacía un calor de fuego, bien distinto de este año. Los zapatos se pegaban al asfalto madrileño del barrio de Vallecas, donde Poli Díaz desgranaba los retales de una carrera tronchada, que lo había dejado como un muñeco roto. Las palomas y las urracas habían desertado de los postes. Sonó el teléfono y el subdirector envió tres frases mortales y una orden: «Vete a Ermua». También hacía calor allí. Los vecinos seguían jugando a las cartas entre los bloques deslavazados de las afueras del pueblo, nadie quería hablar, se mascaba el terror. Había un parque con columpios, agentes de la Ertzaintza patrullando y una herriko taberna que saldría ardiendo después. El odio la incendió. Era un local con paredes y bancos de madera, con aspecto de leñera americana, donde unos cuantos me explicaron ese sábado por qué Miguel Ángel tenía que morir. El muchacho tendría hoy 46, éramos de generación pareja, pero a él le tocó. Recuerdo la canción que le compuso «Revólver»: «Y es posible que mañana sea igual, ya veremos quién deja de existir, porque un árbol vale tanto como el precio de su hacha». Efectivamente, no sabemos cuándo ni dónde nacerá nuestro asesino. Por eso conviene no olvidar lo que ocurrió, para enseñarlo, para intentar que no se repita, para custodiar lo ocurrido como una linde, un muro, un mojón de memoria. Aquella mañana alguien, por teléfono, pedía que Aznar acercase a los presos al País Vasco, luego cayeron sobre ese chico, que primero había sido albañil y después estudió, ese concejal tierno que cogía el euskotren hasta la oficina todos los días. Qué miedo debió pasar. Txapote, el pistolero, confesó que había llorado dos días seguidos, mientras nosotros llorábamos también, rezábamos, cruzábamos los dedos buscándolo como locos. ¿Cómo iban a matarlo? ¿Cómo iban a apretar el gatillo de una muerte anunciada? A las cinco menos diez, la hora casi de los antiguos toros, el terrorista y su novia le metieron en el cráneo dos balas pequeñas, que lo dejaron morir despacio durante doce horas. Qué horror esas horas lentas, esos días demorados, ese nudo y ese terror. Todos los asesinatos claman al cielo, pero los hay que hacen Historia. El chico que hizo frente a los tanques chinos... la niña vietnamita que huyó desnuda de la guerra química...Miguel Ángel Blanco. Los que lo vimos sólo podemos contarlo. Año tras año, década tras década, para que se sienta su silencio, la falta de su ingenio, su calor, su amor. ¿Dónde estará la guitarra eléctrica de Miguel, por Dios? tras década, para que se sienta su silencio, la falta de su ingenio, su calor, su amor. ¿Dónde estará la guitarra eléctrica de Miguel, por Dios?