Reyes Monforte
La misma historia
Son curiosas las trampas de la mente. Cuando escuchamos que dos millones de menores son explotados sexualmente cada año en el mundo, la imaginación tiende a viajar hasta rincones lejanos como Tailandia, Brasil, India o Uganda. Pero cuando descubrimos que la historia nauseabunda se desarrolla a escasos metros de casa, parece que descubriéramos por primera vez la misma historia de siempre, la que se repite una y otra vez desde hace siglos. Cambian los nombres pero todo lo demás permanece igual: el «shock» de la menor al descubrir que ha sido engañada –aunque la trampa en sí será el menor de los problemas a los que deberá enfrentarse– y el sentimiento repulsivo que provoca saber que alguien pueda abusar sexualmente de una niña que podría ser su hija o su nieta.
Cuando ser menor es un plus para saciar la demanda sexual de una persona es que algo no funciona bien ,y no sólo en la cabeza del degenerado en cuestión, sino en la sociedad. La sola mención resulta vomitiva y provoca impotencia. Ya que resulta imposible luchar contra la naturaleza del encefalograma plano de determinados individuos, al menos sería deseable arbitrar un castigo que resulte principalmente efectivo. Pero de verdad, no de boquilla y con leyes que ya salen aprobadas sobre papel mojado. Ahora Europa quiere endurecer las penas para los delitos relacionados con los abusos sexuales, la explotación de menores y la pornografía infantil.
Pues que quiera deprisa y con mayor tino que el mostrado hasta ahora, cuando el llamado oficio más antiguo del mundo y la historia más veces contada hace mucho tiempo que se dan la mano.
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