Vaticano
La Paloma
Escribo sufriendo porque comentar la muerte de Paloma Gómez Borrero me arrastra hacia sentimientos de pena y de tristeza. Se dice pronto pero compartir con alguien treinta años de trabajo en esta profesión tan dura y competitiva como es el periodismo lleva consigo mucha complicidad, respeto e incluso afecto sin que los inevitables desencuentros hayan menoscabado nunca esos sentimientos.
Paloma era una mujer de una vitalidad envidiable. En los numerosos y matadores viajes que realizamos juntos acompañando a Juan Pablo II a ella se la notaba a veces el cansancio pero nunca el abandono; era capaz de mandar sus crónicas a todas las horas, saltándose los cambios horarios de continente a continente como si nada, con una conciencia profesional que la dominaba.
Pero en su vida no todo era trabajo. Disfrutaba enormemente en los momentos relajados, dominaba las conversaciones, era una mina constante de anécdotas y relatos, dejaba volar sus recuerdos ( empañados a menudo con dosis imaginativas) y reía abiertamente. En su casa de Viale Angelico ( el nombre de la calle no podía ser más apropiado) he visto a monseñores y prelados reír a mandíbula suelta sus ocurrencias y sus imitaciones de algunos personajes que había frecuentado.
Por otra parte era mujer de fuertes convicciones , amarrada a unas creencias que eran en ella muy profundas pero no era nada beata; es más creo que le disgustaba que alguien la tomase como tal. Formó una familia tan original como ella misma; apenas llegada a Italia su vida se cruzó con la de Alberto de Marchis un ex piloto militar que trabajaba para la Alitalia y el suyo fue un mutuo flechazo que ha durado la tira de años. Quizás la hubiera gustado que alguno de sus tres hijos hubiera escogido como profesión el periodismo pero los chavales optaron por otros caminos .
Últimamente nos veíamos menos porque Madrid la había recuperado por eso la noticia de su muerte ha sido un aldabonazo. La recordaremos, sin duda, porque acabó siendo el personaje inolvidable que ella quiso ser.
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