Martín Prieto
La pantera rosa
El golpe militar del 24 de marzo de 1976 era innecesario aunque encastraba con la tradición argentina: cuando las cosas van mal la sociedad civil llama a las puertas de los cuarteles. Isabelita Martínez de Perón presidía la República Argentina por haber acompañado como vicepresidenta a su marido. A quienes propusieron la fórmula electoral Perón les dijo con cinismo: «Esto es que quieren que gobierne solo». El general era un gran manipulador de mujeres (además de masas) pero no pudo hacer gran cosa con la bailarina que conoció en su exilio prehispánico de Santo Domingo, tímida, introvertida y sin carácter. A su regreso Perón se encontró con un país desconocido: entre la juventud peronista había crecido un monstruo ideológico que se miraba más en la revolución cubana, aun rechazando el comunismo, y preparaba la guerrilla urbana. Más a la izquierda, los trostkistas del Ejército Revolucionario del Pueblo desarrollarían la insurgencia rural en el selvático norte. Perón desde el balcón de la Casa Rosada echó a Los Montoneros («imberbes») de la Plaza de Mayo y éstos se retiraron entonando: «Somos unos boludos/votamos a una puta y a un cornudo». Muerto Perón el Ejército arrasó bárbaramente con los revolucionarios armados, a sus camaradas, a sus simpatizantes, familiares y llegaron hasta a los indiferentes. Manchados de sangre decidieron quedarse otra vez con el poder y organizar el llamado «Proceso de reorganización nacional». A Isabelita la sacaron en un helicóptero desde la Casa Rosada y se instaló la primera Junta Militar presidida por el teniente general Jorge Rafael Videla junto al almirante Emilio Massera y el comodoro del Aire Agosti (todos condenados por crímenes de lesa humanidad y que ya han fallecido) se repartieron la nación al 33%: ministerios, provincias, el agro, las industrias y hasta la televisión. El canal 9 era del Aire y en su logotipo llevaba un avioncito. Los «milicos» hacían de interventores, sin capacitación alguna para sus cometidos. El mayor psicópata fue el almirante Emilio Massera, que llegó a asesinar a los maridos de sus amantes, pero la Presidencia debía recaer en el Ejército de Tierra, y fue en Jorge Rafael Videla, por mal nombre «La pantera rosa», dada su extrema delgadez y aparente estado de estupefacción. Hombre de comunión diaria, llegó a confundir el catolicismo en Argentina, a la que consideraba un proyecto divino y la desaparición de las personas, con las torturas indescriptibles y asesinatos a los que consideraba, según sus palabras textuales, como un «acto de amor». Consideraba que ellos estaban purificando dolorosamente al país de todos los pecados cometidos hasta que llegaron ellos y renaciera un nuevo país limpio y virtuoso. Sin duda padecía algún tipo de trastorno mental monomaníaco. Incluso intentó ganarse a los intelectuales acercándose a Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, a quienes intentó explicar su plan de la renovación argentina. Al menos su probada austeridad le brindaba cierto aire de credibilidad. Los dos grandes escritores pagaron con creces aquel almuerzo, al que fueron convidados, y su ingenuidad porque parecía que respaldaban la metodología nazi de la «Noche y Niebla». Luego Borges diría aquello que «se están comiendo a los caníbales», pero él decidió irse a morir a Suiza. Raúl Ricardo Alfonsín (de la Unión Cívica Radical), presidente democrático tras aquellas siniestras juntas militares, me explicaba: «No puedo procesar a todas las Fuerzas Armadas porque no se van a dejar. Solamente juzgaremos a los tres triunviros». Y ordenó al fiscal general del Estado, Julio César Strassera, proceder contra la primera junta, siendo el primer trío calavera condenado a la condena perpetua, sin ninguna posibilidad de reinserción. Paradójicamente, en la República Argentina no existe la pena de muerte. Jorge Rafael Videla ha pasado estos años en diferentes prisiones militares, reclusiones domiciliarias por dolencias propias de su edad y finalmente en una cárcel penitenciaria común. Ninguno de ellos demostraron arrepentimiento alguno y tampoco pidieron perdón por nada ni nadie. «La pantera rosa» ha debido de morir sin entender por qué fue condenado.
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