Pedro Narváez
La pastilla cultural
Como un viejo chupando un limón seco, así es el acto poético. Pocos versos resumen mejor lo que es la inutilidad de la vida vista a través de los ojos de un maldito. Ahora que se ha ido Panero no habrá quien vocifere contra España con lucidez y sin dinero, ya van quedando mercaderes pseudoculturales que hacen poemas de valeriana para sentarse en un ministerio de la propaganda o artistas del lujo que lo más cerca que han estado de la locura es en las rebajas de El Corte Inglés. La España de los artistas guarda un silencio cobarde a no ser que le toquen el bolsillo o gobierne un partido que no sea de la cuerda con la que se ahorcan. No existe Cataluña, no existe Putin, el propio Panero ya casi ni existía y parecía en las fotos con bruma que ayer revisaba un extra de «The walking dead» dispuesto a morder coca colas que le reanimaran del Hoperidol. Medio país está a régimen de pastillas y las oficinas son lo más parecido a un psiquiátrico sólo que con Google Glass. Hasta la guasa del carnaval de Cádiz, donde el que firma nació un Viernes Santo de hace ya demasiados años, parece apaciguada por el lorazepam de la Junta, que siempre sale indemne del cachondeo. Chocante que en la tierra de la libertad vivan las cadenas de aquel despreciable que usaba paletón y que nos devolvió a la ruina absolutista hasta hoy. La digestión del tranxilium cultural se hace tan larga que ya casi merece la pena hacerse analfabeto para que todo lo aprendido parezca nuevo y tan excitante como el primer día de un escote. Panero fue el primero que se hizo un «selfie» cuando aún no existían los smartphones, y en su foto salimos todos retratados como lo que somos: unos desencantados del carajo.
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