Luis del Val
La preocupante dejadez
A medida que uno va cumpliendo años, es más difícil que los asuntos te sorprendan, porque los escándalos suelen tener bastante semejanza, y en el muestrario de tonterías contemporáneas se presentan pocas novedades, y es bastante sencillo encontrar en el pasado un tonto contemporáneo que superó con creces al actual. No obstante, confieso que la tranquilidad y el sosiego con que la mayoría de los partidos políticos recibió la noticia de los asaltos a la intimidad en Cataluña me dejó al borde de la estupefacción. No hay delito más nauseabundo en una Democracia que la invasión de la intimidad, y la repugnante secuela que lleva consigo: extorsión y delación.
Pero tenemos antecedentes. En la etapa en que Narcís Serra fue ministro de Defensa, los agentes del Centro Nacional de Inteligencia, que entonces creo recordar se llamaba CESID (Centro Superior de Información de la Defensa) recibieron órdenes de espiar al Jefe del Estado y al presidente del Real Madrid. Seguramente el fichaje de algún jugador podría haber desencadenado algún terremoto geopolítico de consecuencias fatales, aunque lo de espiar al Rey es bastante problemático de justificar. Otrosí, cuando Montilla era presidente de la Generalitat de Cataluña, y el presidente de Endesa, Manuel Pizarro, se negó a que se quedaran con la empresa Gas Natural y La Caixa, a un precio de ganga, y defendiendo el interés de los accionistas, logró triplicar la oferta catalana, un día se encontró con que sus escoltas sorprendieron a dos tipos que le estaban siguiendo y que resultaron ser del CESID. Años más tarde, se descubre un montaje de escuchas en Cataluña que no ha tenido parangón. Por supuesto que cuando haya espías de por medio aparezcan catalanes es una coincidencia, llamativa, eso sí, pero coincidencia.
Claro que en esta apatía a la que aludía al principio, hay antecedentes. Cuando el juez Garzón, saltándose todas las medidas constitucionales y prudentes, ordenó espiar a los abogados defensores, barbaridad que sólo se permite en puntuales situaciones mezcladas con el terrorismo, no sólo el entonces presidente del Colegio de Abogados actuó con una pereza incomprensible, sino que algunos políticos, rememorando el «¡Vivan las caenas!» defendieron una transgresión que le costó a Garzón ser expulsado de la carrera judicial.
Políticos que cuando un entrenador de fútbol llama a un jugador negro, siendo éste negro y aquél blanco, casi se rasgan los trajes a la puerta del Congreso, o hipersensibles feministas que, si se llegan a enterar de que un marido le habla algo más fuerte a su mujer, piden su dimisión de lo que sea, la del marido, claro, han estado callados, como miembros de una cofradía de mudos, o como si un ataque tan brutal a los cimientos de la libertad fuera algo semejante al alboroto que forman los alumnos en el aula, cuando se ausenta el profesor.
Tanta placidez y moderación por parte de los partidos políticos me inquieta de manera muy honda, porque esta apatía e indolencia no hace sino mostrar el deterioro de valores de un grupo social que debería ser adalid, vigilante y abanderado de la defensa de la libertad.
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