Alfonso Merlos
La razón y la furia
Es un desastre en términos de justicia democrática, de respeto a la moral más elemental, de observancia de los cánones más básicos de la ética pública. Pero, dolorosamente, hay que admitir que España como Estado tiene asumidos una serie de compromisos internacionales y hay que cumplirlos. A regañadientes, sin duda. Encajándolos como una fría puñalada, porque es así.
La posición del Gobierno, por consiguiente, es enteramente humana, cercana, comprensiva. Pero, como están reclamando las víctimas de violadores y etarras, es una actitud a la que le falta algo. Lo que el Ejecutivo de Rajoy ya está viendo, por fortuna.
Y lo que se demanda desde ahora mismo es creatividad, coraje, empuje, valentía, consistencia, recursos, orgullo nacional para provocar a diferentes niveles que los insensibles magistrados de Estrasburgo no generen una liberación exprés de asesinos. Y menos, que lo hagan de manera inmediata, incondicional, irrestricta.
Es cierto. La mayoría absoluta de nosotros estamos furiosos porque parecemos asistir al triunfo de la sinrazón. Y así está ocurriendo. No podemos tolerar que niñas de veinte años incorporen en el kit de su bolso el spray de defensa personal por si está al acecho algún abusador de los que hoy campan por sus respetos.
No podemos tolerar que la respuesta de las víctimas del terrorismo a los verdugos de ETA sea un puñetazo de impotencia en el cristal del coche que utilizan para abandonar la prisión estas alimañas.
Canalicemos la rabia, pasémosla por el tamiz de la razón. Consigamos que estos despojos que hoy son felices y están libres no nos amarguen la vida. Somos más. Y mejores. ¡¿Dónde está la duda?!
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