Restringido

La revolución es eso

La Razón
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El documento que a principios de semana presentó Podemos para fundamentar su relación con el Partido Socialista de cara a la elección del presidente del Gobierno no es un papelito, un mero instrumento de propaganda o de presión sobre quien tiene la oportunidad de alzarse con el poder. Es todo un programa, una declaración de intenciones, un instrumento doctrinal sobre el que asentar el cambio revolucionario que se pretende, para España, desde la extrema izquierda.

La revolución es eso. Es el propósito de reorganizar territorialmente el país desvertebrando su unidad; esa unidad trabajosamente lograda durante los cinco últimos siglos, por encima de los obstáculos inherentes a una geografía difícil cuyo relieve, más que juntar, separa, y a unas oligarquías locales permanentemente tentadas por el autismo de la diferenciación.

La revolución es eso. Es también la negación radical de un sistema democrático fundamentado sobre la división de poderes y, por tanto, sobre la posibilidad real de que cualquiera de ellos pueda ser contrabalanceado por los demás. Una negación que se deriva de la acumulación del poder en las manos de un solo individuo –aunque aparentemente su pretensión no vaya más allá de la vicepresidencia– con la excusa de que, de esa manera, es el pueblo el que lo ostenta. La revolución es eso. Es asimismo la estatalización de la vida común, camuflada de reconocimiento de derechos colectivos, y de la economía, sustentada sobre una desmedida ampliación del gasto social, financieramente insostenible –por mucho que se apele a los impuestos que pagarán los ricos– y con toda probabilidad conducente a un empobrecimiento generalizado que nos hará a todos iguales, menos a la élite que maneje el poder, en la carencia material y el descenso del nivel de vida –una experiencia ésta de la que tenemos ejemplos sobrados y actuales en otros países–.

La revolución es eso. Es, en fin, el alineamiento ideológico a través de un proyecto educativo que, con la excusa de la realidad plurinacional, niega el valor de la individualidad, de las creencias religiosas y de las tradiciones familiares que impregnan la identidad de cada persona, para subsumirla en una abstracción colectiva, en la gente a la que el partido –Podemos– dice representar.

La revolución es eso. Tome nota Pedro Sánchez cuando, ya dentro de muy poco tiempo, tenga que pedir el voto en el Congreso para ser investido presidente del Gobierno. A él le corresponde la responsabilidad de apartar o no al socialismo que fundara Pablo Iglesias –el de verdad– de su sustancia democrática y, con él, a toda la sociedad española. La tentación es poderosa porque el premio, si no, puede llegar a ser inalcanzable. Pero tenga en cuenta que un día, próximo o tal vez lejano, los que recuerden su historia emitirán el juicio inapelable de quienes saben que no es el destino sino la voluntad de unos pocos hombres la que conduce a las naciones a su grandeza y también, por desgracia para los que les toca vivirlo, a su calamitoso final.