Pilar Ferrer

La soledad del poder perdido

La soledad del poder perdido
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Su imagen es muy diferente a la de antaño. El que fuera todopoderoso número dos del PSOE, ministro de Fomento y portavoz del Gobierno es hoy un diputado al que le hacen el vacío. Quienes tanto le adulaban y temían, pasan ahora de largo. José Blanco, «Pepiño», sigue acudiendo al Congreso sin una sola falta, pero los suyos, antes que nadie, le tienen completamente marginado. En el último Debate de la Nación casi ningún periodista le abordó. Sólo algunos le saludaban con tibieza y únicamente dos parlamentarios del PP cruzaron con él unas breves palabras de cortesía en los pasillos de la Cámara. Es la suya una historia del poder perdido, en un proceso judicial en ciernes y en la más completa soledad. Un día Rubalcaba se implicó a fondo en su defensa, hasta el punto de invocar a sus padres en el nombre de un hijo honrado por encima de todo. Cuánto debe recordar ahora Pepiño aquel mitin en Galicia, máxime cuando uno de sus progenitores acaba de fallecer. Crueldades de la vida de un hombre que lo fue todo en el PSOE y en el Gobierno, a quien Zapatero consideraba «imprescindible» a su lado y a quien tal vez tanto poder le hizo cometer errores. No es ni el primero ni el último en la convulsa política que nos rodea. Lo más llamativo, al margen de lo que diga la Justicia, es la falta de apoyo de sus compañeros. Quienes en Ferraz, en las federaciones del partido y en el Grupo Parlamentario le hacían hasta la saciedad la pelota le han dado la espalda sin titubeos. Mientras dirigentes de la Ejecutiva Federal, en otro tiempo a su servicio, han salido a defender otros casos de corrupción, como los ERE en Andalucía, el «caso Blanco» les es indiferente. Sus llamadas a Ferraz han sido infructuosas, y ya sólo se refugia en su mujer, su hija, y algún paisano gallego. Se le ha visto en su municipio natal, Palas de Rey, y con antiguos compañeros del instituto Juan Montes, tras el sepelio de ese familiar tan cercano y querido. Su casa madrileña de Las Rozas y su polémico ático en la isla de Arosa están en el punto de mira. Dicen que con José Luis sí ha hablado, como dos amigos ya destronados. Pero mientras uno, el ex presidente, se fue sin mácula judicial, a Blanco le queda una etapa de calvario. La mayor, esa soledad del todo a la nada.