Alfonso Merlos

La última madriguera

La Razón
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B ajo ningún concepto se debe mercadear ni jugar ni especular con la desgracia ajena. Y hablamos de una tragedia de una envergadura nunca conocida en los últimos años en Europa y que, lamentablemente, se prolongará en los venideros. El refugiado, esa persona desamparada que –siempre por razones de fuerza mayor, ultimísima– se ve obligada a abandonar su hogar o salir de su techo y que necesita de ayuda humanitaria, comida, protección, asistencia sanitaria.

El desafío es tan formidable que está de más la demagogia de tenderete que proponen los autodenominados «alcaldes del cambio». Sí, puede ser muy loable su intención. ¡Claro! Como la del 99,9% de los españoles de bien (incluidos los políticos) ante un caso espeluzante, sangrante. Pero estos dirigentes antisistema, ahora aupados al poder en algunas de las principales capitales de España, no pueden arrogarse el monopolio de la solución a este drama. Ni por supuesto deben instrumentalizar esta terrible coyuntura para erigirse en los originales estandartes de la defensa de los derechos humanos y el repudio de las guerras y los conflictos.

Digámoslo claramente. Colau y los demás representantes públicos que pretenden instituirse en salvoconducto único de los sin techo llegaron al sitio que ocupan con otro plan. Acabar con el paro, la pobreza, la precariedad y las desigualdades sociales. En nuestro país. Entre sus vecinos. El patrocinio de los nuevos descamisados. Pero están comprobando día a día que eso es simplemente imposible provocarlo de la noche a la mañana; y de ahí que se estén entregando en cuerpo y alma a sacar adelante las más extravagantes iniciativas (contra el Rey, contra la nación, contra los himnos regionales, contra ilustres artistas de filiación conservadora, las placas y el callejero...).

Ya era lamentable de por sí este volantazo interesado (tan elocuente como cobarde) en el orden de prioridades de estos salvapatrias de hoz y martillo. Y, sin embargo, peor aún es que conviertan una catástrofe que genera dolorosísimos escalofríos en una madriguera, o en bandera para esconder sus vergüenzas: las de sus errores de gestión, las de su impotencia para solucionar los problemas de quienes tienen más cerca, las que está dejando al descubierto su sectarismo fatuo y su revanchismo demodé.

¡Adelante! Ánimo señores regidores en esa revolución democrática que según ustedes (¡ay el adanismo!) acaba de empezar. Procuren, eso sí, mitigar el dolor humano sin la necesidad de transformarlo en adhesiones lacrimógenas y votos. Gracias.