Joaquín Marco

La Universidad como problema

La Universidad, institución cuyas raíces deben buscarse en la Edad Media, se ha transformado y modernizado en circunstancias históricas diversas. Poco tiene que ver la de hoy con la de hace medio siglo, pequeña y centrada en la formación de una minoría principalmente burguesa. En 1930 Ortega y Gasset publicó «Misión de la Universidad», cuya lectura sigue siendo de cierta utilidad. Distinguía el filósofo la doble condición de formación de profesionales y de investigación científica que se producía en su seno. Ambas tareas son dispares porque «la sociedad necesita muchos médicos, farmacéuticos, pedagogos; pero solo necesita un número reducido de científicos. Si necesitase verdaderamente muchos de éstos sería catastrófico, porque la vocación para la ciencia es especialísima e infrecuente». Aquella universidad minoritaria de preguerra era todavía más selectiva que la que yo frecuenté. La gran transformación que la convertiría en masiva se produjo a finales de la década de los años sesenta del pasado siglo . Coexistirán universidades públicas y privadas, pero el mayor peso de la enseñanza universitaria recaerá en las públicas que se multiplicarán. Todos parecen estar de acuerdo en que el modelo que priva hoy ha quedado desfasado frente a las nuevas necesidades. Sin embargo, aquella distinción elemental orteguiana sigue siendo válida. El deseo de incrementar el número de alumnos, que Ortega ya deseó, se ha cubierto de tal modo que nuestros jóvenes licenciados o másters superan ahora en mucho a la demanda en una situación laboral crítica. Tal vez la enseñanza secundaria trazó una ruta que culminaba en la Universidad sin tomar en consideración la sentida necesidad de buenos profesionales en materias más cotidianas y simples. Las titulaciones tienden a ser innecesarias para determinados trabajos y ello produce un doble desequilibrio: el del empleado que se siente subvalorado y el del empleador que lo entiende como una rémora. En estos momentos económicos tan difíciles lo que cuenta es conseguir un empleo –y aquí ya no valen los estudios cursados–. Pero una vez retornados a una senda normalizada la cuestión universitaria seguirá vigente. Nuestros jóvenes que han mostrado su valor al abandonar el país, porque aquí no existían alternativas, tal vez retornen con un bagaje de experiencias o quizá tendremos que darlos por perdidos definitivamente, pero los escolares de hoy se enfrentarán a una Universidad que requiere serias reformas. Ya no representa el conjunto de conocimientos inspirados en el mundo clásico, han surgido nuevas especialidades que reclaman un puesto en la enseñanza superior. La renovación tecnológica transformará la enseñanza universitaria, la adecuará al tiempo en que vivimos. De hecho, se está haciendo ya. Desconfiamos de nuestras universidades porque no están situadas en los primeros puestos de las listas mundiales, como si de un campeonato, con reglas poco conocidas, se tratara. En el conjunto de España los recortes en la enseñanza superior superan los 1.400 millones de euros, se han subido los costes de las matrículas, se han endurecido las condiciones de los becarios, se está destruyendo el cuerpo de funcionarios docentes (de cada diez bajas sólo se cubre una). La inquietud que reina en los jóvenes profesores sin contrato fijo es descriptible. Pero los problemas universitarios son muchos más que una adecuada financiación. Los hay de gobernanza, de estructura organizativa, de formación y renovación del profesorado, de relación con la sociedad. No hay entre nosotros la tradición de que las grandes compañías doten de medios al conjunto de la institución. Con suerte financiarán una investigación que ha de resultarles útil a sus intereses. Recientemente los rectores de Universidad leyeron públicamente un manifiesto en el que se lamentaban de los recortes económicos. Tendrán que dejarse sentir en un inmediato futuro, porque el mundo de la enseñanza mira siempre a largo plazo. Lluís Jofre, director general de Universitats, declara que «el grueso de los recortes se ha concretado en bajada de salarios, pérdida de ventajas sociales y la no cobertura de las jubilaciones, pero la difícil situación empieza a revertir y hay universidades que planean convocar plazas de lectores». Tal vez aludía al plan Serra Hunter mediante el cual la Generalitat catalana pensaba convocar 75 plazas de profesores estables, pero el Ministerio de Hacienda ha bloqueado la iniciativa, del mismo modo que ha impugnado los concursos en Murcia, Andalucía y Valencia. La interinidad se ha convertido en una fórmula que se pretendía superada tras la etapa de los profesores interinos. Las víctimas de los recortes de ahora es un alumnado que observa cómo desaparecen titulaciones de larga tradición, como la Filología Románica de la Universidad de Barcelona. Allí se forjaron maestros que desbordaron el ámbito español, como Martí de Riquer. Los rectores aguzan el ingenio para alcanzar acuerdos que permitan reducir los gastos de organización u obtener recursos. Manuel José López, presidente de la conferencia de Rectores Universitarios de España se manifiesta crítico en unas declaraciones del 31 de marzo. Declara que «el sistema universitario tardará tiempo en recuperarse del daño que se le está haciendo ahora. ¿Por qué? Pues porque en estos momentos nos encontramos con una pérdida de talento con una doble o una triple causa. Por un lado los estudiantes que estamos formando aquí se van al extranjero para realizar allí su labor investigadora o, si se quedan en España, prefieren irse, si pueden, al sector privado. Por otro lado, el talento extranjero está dejando de venir a España». Estamos a las puertas de una nueva ley que reforme el estamento universitario. Mientras tanto estamos doblegados por el plan Bolonia que ha modificado algunos aspectos esenciales de la enseñanza. El que la nueva ley resulte satisfactoria depende de una comunidad que observa críticamente, como es su obligación, las transformaciones en las que no todos están de acuerdo. Pero obviar el desencanto universitario sería un grave error.